domingo, 27 de enero de 2013

La casa de Nazaret XXVII

He visto una fiesta en la casa de Santa Ana. Vi allí a seis huéspedes, sin contar a los familiares de la casa, y a algunos niños reunidos con José y María en torno de una mesa, sobre la cual había vasos. La Virgen tenía un manto con flores rojas, azules y blancas, como se ve en las antiguas casullas. Llevaba un velo transparente y por encima otro negro. Esta parecía una continuación de la fiesta de bodas. 

Mi guía me llevó a la casa de Santa Ana, que reconocí enseguida con todos sus detalles. No encontré allí a José ni a María. Vi que Santa Ana se disponía a ir a Nazaret, donde habitaba ahora la Sagrada Familia. Llevaba bajo el brazo un envoltorio para María. Para ir a Nazaret tuvo que atravesar una llanura y luego un bosquecillo, delante de una altura. Yo seguí el mismo camino. He visto a Ana visitando a María y entregarle lo que había traído para ella, volviéndose luego a su casa. María lloró mucho y acompañó a su santa madre un trozo de camino. Vi a San José frente a la casa en un sitio algo apartado. 

La casita de Nazaret, que Ana había preparado para María y José, pertenecía a Santa Ana. Ella podía, desde su casa, llegar allí sin ser observada, por caminos extraviados, en media hora de camino. 

La casa de José no estaba muy lejos de la puerta de la ciudad y no era tan grande como la de Santa Ana. Había en la vecindad un pozo cuadrangular al cual se bajaba por algunas escaleras. Delante de la casa había un pequeño patio cuadrado. Estaba sobre una colinita, no edificada ni cavada, sino que estaba separada de la colina por la parte de atrás, y a la cual conducía un sendero angosto abierto en la misma roca. En la parte posterior tenía una abertura por arriba, en forma de ventana, que miraba a lo alto de la colina. Había bastante oscuridad detrás de la casa. La parte posterior de la casita era triangular y era más elevada que la anterior. La parte baja estaba cavada en la piedra; la parte alta era de materiales livianos. 

En la parte posterior estaba el dormitorio de María: allí tuvo lugar la Anunciación del Ángel. Esta habitación tenía forma semicircular debido a los tabiques de juncos entretejidos groseramente, que cubrían las paredes posteriores en lugar de los biombos livianos que se usaban. Los tabiques que cubrían las paredes tenían dibujos de varias formas y colores. El lecho de María estaba en el lado derecho; detrás de un tabique entretejido. En la parte izquierda estaba el armario y la pequeña mesa con el escabel: era éste el lugar de oración de María. 

La parte posterior de la casa estaba separada del resto por el hogar, que era una pared en medio de la cual se levantaba una chimenea hasta el techo. Por la abertura del techo salía la chimenea, terminada en un pequeño tejadito. Más tarde he visto al final de esta chimenea dos pequeñas campanas colgadas. 

A derecha e izquierda había dos puertas con tres escalones que iban a la alcoba de María. En las paredes del hogar había varios huecos abiertos con el menaje y otros objetos que aún veo en la casa de Loreto, Detrás de la chimenea había un tirante de cedro, al cual estaba adherida la pared del hogar con la chimenea. Desde este tirante, plantado verticalmente salía otro a través, a la mitad de la pared posterior, donde estaban metidos otros, por ambos lados. El color de estos maderos era azulado con adornos amarillos. A través de ellos se veía el techo, revestido interiormente de hojas y de esteras; en los ángulos había adornos de estrellas. La estrella del ángulo del medio era grande y parecía representar el lucero de la mañana. Más tarde he visto allí más número de estrellas. Sobre el tirante horizontal que salía de la chimenea e iba a la pared posterior por una abertura exterior, colgaba la lámpara. Debajo de la chimenea se veía otro tirante. El techo exterior no era en punta, sino plano, de modo que se podía caminar sobre él, pues estaba resguardado por un parapeto en torno de esa azotea. 

Cuando la Virgen Santísima, después de la muerte de San José, dejó la casita de Nazaret y fue a vivir en las cercanías de Cafarnaúm, se empezó a adornar la casa, conservándola como un lugar sagrado de oración. María peregrinaba a menudo desde Cafarnaúm hasta allá, para visitar el lugar de la Encarnación y entregarse a la oración. Pedro y Juan, cuando iban a Palestina, solían visitar la casita para consagrar en ella, pues se había instalado un altar en el lugar donde había estado el hogar. El armarito que María había usado lo pusieron sobre la mesa del altar como a manera de tabernáculo.