jueves, 28 de febrero de 2013

LVIII El viaje de los Reyes Magos

He visto llegar hoy la caravana de los Reyes, por la noche, a una pobla ción pequeña con casas dispersas, algunas rodeadas de grandes vallas. Me parece que es éste el primer lugar donde se entra en la Judea. Aunque aquella era la dirección de Belén, los Reyes torcieron hacia la derecha, quizás por no hallar otro camino más directo. Al llegar allí su canto era más expresivo y animado; estaban más contentos porque la estrella tenía un brillo extraordinario: era como la claridad de la luna llena, y las sombras se veían con mucha nitidez. A pesar de todo, los habitantes parecían no reparar en ella. Por otra parte eran buenos y serviciales.
Algunos viajeros habían desmontado y los habitantes ayudaban a dar de beber a las bestias. Pensé en los tiempos de Abrahán, cuando todos los hombres eran serviciales y benévolos. Muchas personas acompañaron a la comitiva de los Reyes Magos llevando palmas y ramas de árboles cuando pasaron por la ciudad. La estrella no tenía siempre el mismo brillo: a veces se oscurecía un tanto; parecía que daba más claridad según fueran mejores los lugares que cruzaban. Cuando vieron los Reyes resplandecer más a la estrella, se alegraron mucho pensando que sería allí donde encontrarían al Mesías. Esta mañana pasaron al lado de una ciudad sombría, cubierta de tinieblas, sin detenerse en ella, y poco después atravesaron un arroyo que se echa en el Mar Muerto. Algunas de las personas que los acompañaban se quedaron en estos sitios. He sabido que una de aquellas ciudades había servido de refugio a alguien en ocasión de un combate, antes que Salomón subiera al trono. Atravesando el torrente, encontraron un buen camino.

Esta noche volví a ver el acompañamiento de los Reyes que había aumentado a unas doscientas personas porque la generosidad de ellos había hecho que muchos se agregaran al cortejo. Ahora se acercaban por el Oriente a una ciudad cerca de la cual pasó Jesús, sin entrar, el 31 de Julio del segundo año de su predicación. El nombre de esa ciudad me pareció Manatea, Metanea, Medana o Madián. Había allí judíos y paganos; en general eran malos. A pesar de atravesarla una gran ruta, no quisieron entrar por ella los Reyes y pasaron frente al lado oriental para llegar a un lugar amurallado donde había cobertizos y caballerizas. En este lugar levantaron sus carpas, dieron de beber y comer a sus animales y tomaron también ellos su alimento.

Los Reyes se detuvieron allí el jueves 20 y el viernes 21 y se pusieron muy pesarosos al comprobar que allí tampoco nadie sabía nada del Rey recién nacido. Les oí relatar a los habitantes las causas porque habían venido, lo largo del viaje y varias circunstancias del camino. Recuerdo algo de lo que dijeron. El Rey recién nacido les había sido anunciado mucho tiempo antes. Me parece que fue poco después de Job, antes que Abrahán pasara a Egipto, pues unos trescientos hombres de la Media, del país de Job (con otros de diferentes lugares) habían viajado hasta Egipto llegando hasta la región de Heliópolis. No recuerdo por qué habían ido tan lejos; pero era una expedición militar y me parece que habían venido en auxilio de otros. Su expedición era digna de reprobación, porque entendí que habían ido contra algo santo, no recuerdo si contra hombres buenos o contra algún misterio religioso relacionado con la realización de la Promesa divina.

En los alrededores de Heliópolis varios jefes tuvieron una revelación con la aparición de un ángel que no les permitió ir más lejos. Este ángel les anunció que nacería un Salvador de una Virgen, que debía ser honrado por sus descendientes. Ya no sé cómo sucedió todo esto; pero volvieron a su país y comenzaron a observar los astros. Los he visto en Egipto organizando fiestas regocijantes, alzando allí arcos de triunfo y altares, que adornaban con flores, y después regresaron a sus tierras. Eran gentes de la Media, que tenían el culto de los astros. Eran de alta estatura, casi gigantes, de una hermosa piel morena amarillenta. Iban como nómadas con sus rebaños y dominaban en todas partes por su fuerza superior. No recuerdo el nombre de un profeta principal que se encontraba entre ellos. Tenían conocimiento de muchas predicciones y observaban ciertas señales trasmitidas por los animales. Si éstos se cruzaban en su camino y se dejaban matar, sin huir, era un signo para ellos y se apartaban de aquellos caminos.

Los Medos, al volver de la tierra de Egipto, según contaban los Reyes, habían sido los primeros en hablar de la profecía y desde entonces se habían puesto a observar los astros. Estas observaciones cayeron algún tiempo en desuso; pero fueron renovadas por un discípulo de Balaam y mil años después las tres profetisas, hijas de los antepasados de los tres Reyes, las volvieron a poner en práctica. Cincuenta años más tarde, es decir, en la época a que habían llegado, apareció la estrella que ahora seguían para adorar al nuevo Rey recién nacido. Estas cosas relataban los Reyes a sus oyentes con mucha sencillez y sinceridad, entristeciéndose mucho al ver que aquéllos no parecían querer prestar fe a lo que desde dos mil años atrás había sido el objeto de la esperanza y deseos de sus antepasados.

A la caída de la tarde se oscureció un poco la estrella a causa de algunos vapores, pero por la noche se mostró muy brillante entre las nubes que corrían, y parecía más cerca de la tierra. Se levantaron entonces rápidamente, despertaron a los habitantes del país y les mostraron el espléndido astro. Aquella gente miró con extrañeza, asombro y alguna conmoción el cielo; pero muchos se irritaron aun contra los santos Reyes, y la mayoría sólo trató de sacar provecho de la generosidad con que trataban a todos. Les oí también decir cosas referentes a su jornada hasta allí. Contaban el camino por jornadas a pie, calculando en doce leguas cada jornada. Montando en sus dromedarios, que eran más rápidos que los caballos, hacían treinta y seis leguas diarias, contando la noche y los descansos. De este modo, el Rey que vivía más lejos pudo hacer, en dos días, cinco veces las doce leguas que los separaban del sitio donde se habían reunido, y los que vivían más cerca podían hacer en un día y una noche tres veces doce leguas. Desde el lugar donde se habían reunido hasta aquí habían completado 672 leguas de camino, y para hacerlo, calculando desde el nacimiento de Jesucristo, habían empleado más o menos veinticinco días con sus noches, contando también los dos días de reposo.

La noche del viernes 21, habiendo comenzado el sábado para los judíos que habitaban allí, los Reyes prepararon su partida. Los habitantes del lugar habían ido a la sinagoga de un lugar vecino pasando sobre un puente hacia el Oeste. He visto que estos judíos miraban con gran asombro la estrella que guiaba a los Magos; pero no por eso se mostraron más respetuosos. Aquellos hombres desvergonzados estuvieron muy importunos, apretándose como enjambres de avispas alrededor de los Reyes, demostrando ser viles y pedigüeños, mientras los Reyes, llenos de paciencia, les daban sin cesar pequeñas piezas amarillas, triangulares, muy delgadas, y granos de metal oscuro. Creo por eso que debían ser muy ricos estos Reyes. Acompañados por los habitantes del lugar dieron vueltas a los muros de la ciudad, donde vi algunos templos con ídolos; más tarde atravesaron el torrente sobre un puente, y costearon la aldea judía. Desde aquí tenían un camino de veinticuatro leguas para llegar a Jerusalén.

martes, 26 de febrero de 2013

LVII La Virgen Santísima presiente la llegada de los Reyes


María había tenido una visión de la próxima llegada de los Reyes, cuando éstos se detuvieron con el rey de Causur, y vio también que este rey quería levantar un altar para honrar al Niño. Comunicólo a José y a Isabel, diciéndoles que sería preciso vaciar cuanto se pudiera la gruta del Pesebre y preparar la recepción de los Reyes. María se retiró ayer de la gruta por causa de unos visitantes curiosos, que acudieron muchos más en estos últimos días.

Hoy Isabel se volvió a Juta en compañía de un criado. En estos dos últimos días hubo más tranquilidad en la gruta del Pesebre y la Sagrada Familia permaneció sola la mayor parte del tiempo. Una criada de María, mujer de unos treinta años, grave y humilde, era la única persona que los acompañaba. Esta mujer, viuda, sin hijos, era parienta de Ana, quien le había dado asilo en su casa. Había sufrido mucho con su esposo, hombre duro, porque siendo ella piadosa y buena, iba a menudo a ver a los esenios con la esperanza del Salvador de Israel. El hombre se irritaba por esto, como hacen los hombres perversos de nuestros días, a quienes les parece que sus mujeres van demasiado a la iglesia. Después de haber abandonado a su mujer, murió al poco tiempo.

Aquellos vagabundos que, mendigando, habían proferido injurias y maldiciones cerca de la gruta de Belén, e iban a Jerusalén para la fiesta de la Dedicación del Templo, instituida por los Macabeos, no volvieron por estos contornos. José celebró el sábado bajo la lámpara del Pesebre con María y la criada. Esta noche empezó la fiesta de la Dedicación del Templo y reina gran tranquilidad. Los visitantes, bastante numerosos, son gentes que van a la fiesta. Ana envía a menudo mensajeros para traer presentes e inquirir noticias.

Como las madres judías no amamantan mucho tiempo a sus criaturas, sino que les dan otros alimentos, así el Niño Jesús tomaba también, después de los primeros días, una papilla hecha con la médula de una especie de caña. Es un alimento dulce, liviano y nutritivo. José enciende su lámpara por la noche y por la mañana para celebrar la fiesta de la Dedicación. Desde que ha empezado la fiesta en Jerusalén, aquí están muy tranquilos. Llegó hoy un criado mandado por Santa Ana trayendo, además de varios objetos, todo lo necesario para trabajar en un ceñidor y un cesto lleno de hermosas frutas cubiertas de rosas. Las flores puestas sobre las frutas conservaban toda su frescura. El cesto era alto y fino, y las rosas no eran del mismo color que las nuestras, sino de un tinte pálido y color de carne, entre otras amarillas y blancas y algunos capullos. Me pareció que le agradó a María este cesto y lo colocó a su lado.

Mientras tanto yo veía varias veces a los Reyes en su viaje. Iban por un camino montañoso, franqueando aquellas montañas donde había piedras parecidas a fragmentos de cerámica. Me agradaría tener algunas de ellas, pues son bonitas y pulidas. Hay algunas montañas con piedras transparentes, semejantes a huevos de pájaros, y mucha arena blancuzca. Más tarde vi a los Reyes en la comarca donde se establecieron posteriormente y donde Jesús los visitó en el tercer año de su predicación. Me pareció que José, deseando permanecer en Belén, pensaba habitar allí después de la Purificación de María y que había tomado ya informes al respecto.

Hace tres días vinieron algunas personas pudientes de Belén a la gruta. Ahora aceptarían de muy buena gana a la Sagrada Familia en sus casas; pero María se ocultó en la gruta lateral y José rehusó modestamente sus ofrecimientos. Santa Ana está por visitar a María. La he visto muy preocupada en estos últimos días revisando sus rebaños y haciendo la separación de la parte de los pobres y la del Templo. De la misma manera la Sagrada Familia reparte todo lo que recibe en regalos.

La festividad de la Dedicación seguía aún por la mañana y por la noche, y deben de haber agregado otra fiesta el día 13, pues pude ver que en Jerusalén hacían cambios en las ceremonias. Vi también a un sacerdote junto a José, con un rollo, orando al lado de una mesa pequeña cubierta con una carpeta roja y blanca. Me pareció que el sacerdote venía a ver si José celebraba la fiesta o para anunciar otra festividad.

En estos últimos días la gruta estuvo muy tranquila porque no tenía visitantes. La fiesta de la Dedicación terminó con el sábado, y José dejó de encender las lámparas. El domingo 16 y el lunes 17 muchos de los alrededores acudieron a la gruta del Pesebre, y aquellos mendigos descarados se mostraron en la entrada. Todos volvían de las fiestas de la Dedicación. El 17 llegaron dos mensajeros de parte de Ana, con alimentos y diversos objetos, y María, que es más generosa que yo, pronto distribuyó todo lo que tenía. Vi a José haciendo diversos arreglos en la gruta del pesebre, en las grutas laterales y en la tumba de Maraha. Según la visión que había tenido María, esperaban próximamente a Ana y a los Reyes Magos.

lunes, 25 de febrero de 2013

LVI Llegan al país del rey de Causur

He vuelto a ver a los Reyes en las inmediaciones de una ciudad, cuyo nombre me suena como Causur. Esta población se componía de carpas levantadas sobre bases de piedra. Se detuvieron en casa del jefe o rey del país, cuya habitación se encontraba a alguna distancia. Desde que se habían reunido en la población en ruinas hasta aquí, habían andado cincuenta y tres o sesenta y tres horas de camino.

Contaron al rey del lugar todo lo que habían observado en las estrellas y este rey se asombró mucho del relato. Miró hacia el astro que les servía de guía y vio, en efecto, a un Niñito en él con una cruz. Pidió a los Reyes volvieran a contarle lo que vieren, porque él también deseaba levantar altares al Niño y ofrecerle sacrificios. Tengo curiosidad de ver si cumplirá su palabra.
Era Domingo, día 2. Oí que hablaban al rey de sus observaciones astrales, y de esa conversación recuerdo lo siguiente: Los antepasados de los Reyes eran de la estirpe de Job, que antiguamente había habitado cerca del Cáucaso, aunque tenía posesiones en comarcas muy lejanas. Más o menos 1500 años antes de Cristo, aquella raza no se componía más que de una tribu. El profeta Balaam era de su país y uno de sus discípulos había dado a conocer allí su profecía:
                                                                           "Una estrella ha de nacer de Jacob"
dando las instrucciones al respecto. Su doctrina se había extendido mucho entre ellos. Levantaron una torre alta en una montaña y varios astrólogos se turnaban en ella alternativamente. He visto esa torre, parecida a una montaña, muy ancha en su base y terminada en punta. Todo lo que observaban era anotado y pasaba luego de boca en boca. Estas observaciones sufrieron repetidas interrupciones debido a diversas causas. Más tarde se introdujeron prácticas execrables, como el sacrificio de niños, aunque conservaban la creencia de que el Niño prometido llegaría pronto. Alrededor de cinco siglos antes de Cristo cesaron estas observaciones y aquellos hombres se dividieron en tres ramas diferentes, formadas por tres hermanos que vivieron separados con sus familias.

Tenían tres hijas a las que Dios había concedido el don de profecía, las cuales recorrieron el país vestidas de largos mantos, haciendo conocer las predicciones relativas a la estrella y al Niño que debía salir de Jacob. Se dedicaron desde entonces nuevamente a observar los astros y la expectación se hizo muy intensa en las tres tribus. Estos tres Reyes descendían de aquellos tres hermanos a través de quince generaciones que se habían sucedido en línea recta durante quinientos años. Con la mezcla de unas razas con otras había variado también la tez de estos tres Reyes, y en el color se diferenciaban unos de otros. Desde esos cinco siglos no habían dejado de reunirse los reyes de vez en cuando para observar los astros. Todos los hechos notables relacionados con el nacimiento de Jesús y el advenimiento del Mesías les habían sido indicados mediante las señales maravillosas de los astros. He visto algunas de estas señales, aunque no las puedo describir con claridad.

Desde la concepción de María Santísima, es decir, desde quince años atrás, estas señales indicaban con más claridad que la venida del Niño estaba próxima. Los Reyes habían observado cosas que tenían relación con la pasión del Señor. Pudieron calcular con exactitud la época en que saldría la estrella de Jacob, anunciada por Balaam, porque habían visto la escala de Jacob, y, según el número de escalones y la sucesión de los cuadros que allí se encontraban, era posible calcular el advenimiento del Mesías, como sobre un calendario, porque la extremidad de la escala llegaba hasta la estrella o bien la estrella misma era la última imagen aparecida.

En el momento de la concepción de María habían visto a la Virgen con un cetro y una balanza, sobre cuyos platillos había espigas de trigo y uvas. Algo más tarde vieron a la Virgen con el Niño. Belén se les apareció como un hermoso palacio, una casa llena de abundantes bendiciones. Vieron también allí dentro a la Jerusalén celestial, y entre las dos moradas se extendía una ruta llena de sombras, de espinas, de combate y de sangre. Ellos creyeron que esto debía tomarse al pie de la letra: pensaron que el Rey esperado debía haber nacido en medio de gran pompa y que todos los pueblos le rendirían homenaje, y por esto iban con gran acompañamiento a honrarle y a ofrecerle sus dones.

La visión de la Jerusalén celestial la tomaron por su reino en la tierra y pensaban encaminarse a esa ciudad. En cuanto al sendero lleno de sombras y espinas, pensaron que significaba el viaje que hacían lleno de dificultades o alguna guerra que amenazaba al nuevo Rey. Ignoraban que esto era el símbolo de la vía dolorosa de su Pasión. Más abajo, en la escala de Jacob, vieron, y yo también la vi, una torre artísticamente construida, muy semejante a las torres que veo sobre el monte de los Profetas, y donde la Virgen se refugió una vez durante una tormenta. Ya no recuerdo lo que esto significaba; pero podría ser la huida a Egipto. Sobre la escala de Jacob había una serie de cuadros, símbolos figurativos de la Virgen, algunos de los cuales se encuentran en las Letanías, y además "la fuente sellada", el jardín cerrado, como asimismo unas figuras de reyes entre los cuales uno tenía un cetro y los otros ramas de árboles.

Estos cuadros los veían en las estrellas continuamente durante las tres últimas noches. Fue entonces que el principal envió mensajes a los otros; y viendo a unos reyes que presentaban ofrendas al Niño recién nacido, se pusieron en camino para no ser los últimos en rendirle homenaje. Todas las tribus de los adoradores de astros habían visto la estrella; pero sólo estos Reyes Magos se decidieron a seguirla.

La estrella que los guiaba no era un cometa, sino un meteoro brillante, conducido por un ángel. Estas visiones fueron causa de que partieran con la esperanza de hallar grandes cosas, quedando después muy sorprendidos al no encontrar nada de lo que pensaban. Se admiraron de la recepción de Herodes y de que todo el mundo ignorase el acontecimiento. Al llegar a Belén y al ver una pobre gruta en lugar del palacio que habían contemplado en la estrella, estuvieron tentados por muchas dudas; no obstante, conservaron su fe, y ya ante el Niño Jesús, reconocieron que lo que habían visto en la estrella se estaba realizando.

Mientras observaban las estrellas hacían ayuno, oraciones, ceremonias y toda clase de abstinencias y purificaciones. El culto de los astros ejercía en la gente mala toda clase de influencias perniciosas por su relación con los espíritus malignos. En los momentos de sus visiones eran presas de convulsiones violentas, y como consecuencia de éstas agitaciones tenían lugar los sacrificios sangrientos de niños. Otras personas buenas, como los Reyes Magos, veían todas estas cosas con claridad serena y con agradable emoción, y se volvían mejores y más creyentes.
Cuando los Reyes dejaron a Causur, he visto que se unió a ellos una caravana de viajeros distinguidos que seguía el mismo derrotero. El 3 y el 4 del mes vi que atravesaban una llanura extensa, y el 5 se detuvieron cerca de un pozo de agua. Allí dieron de beber a sus bestias, sin descargarlas, y prepararon algunos alimentos. Canto con estos Reyes. Ellos lo hacen agradablemente, con palabras como éstas: "Queremos pasar las montañas y arrodillarnos ante el nuevo Rey". Improvisan y cantan versos alternativamente. Uno de ellos empieza y los otros repiten; luego otro dice una nueva estrofa, y así prosiguen, mientras cabalgan, cantando sus melodías dulces y conmovedoras.

En el centro de la estrella o, mejor, dentro del globo luminoso, que les indicaba el camino, vi aparecer un Niño con la cruz. Cuando los Reyes vieron la aparición de la Virgen en las estrellas, el globo luminoso se puso encima de esta imagen, poniéndose prontamente en movimiento.

domingo, 24 de febrero de 2013

LV Nombres de los Reyes Magos

Cuando estuvieron juntos los tres Reyes Magos, he visto que el último, Teokeno, tenía la piel amarillenta: lo reconocí porque era el mismo que unos treinta y dos años más tarde se encontraba en su tienda enfermo, al visitar Jesús a estos Reyes en su residencia, cerca de la Tierra prometida.

Cada uno de los Reyes Magos llevaba consigo a cuatro parientes cercanos o amigos más íntimos, de modo que en el cortejo había como unas quince personas de alto rango sin contar la muchedumbre de camelleros y de otros criados. Reconocí a Eleazar, que más tarde fue mártir, entre los jóvenes que acompañaban a los Reyes. Tengo una reliquia de este santo. Estaban sin ropa hasta la cintura y así podían correr y saltar con mayor agilidad.

Mensor, el de los cabellos negros, fue bautizado más tarde por Santo Tomás y recibió el nombre de Leandro. Teokeno, el de tez amarilla, que se encontraba enfermo cuando pasó Jesús por Arabia, fue también bautizado por Santo Tomás con el nombre de León. El más moreno de los tres, que ya había muerto cuando Jesús visitó sus tierras, se llamaba Sair o Seir. Murió con el bautismo de deseo.

Estos nombres tienen relación con los de Gaspar, Melchor y Baltasar y están en relación con el carácter personal de ellos, pues estas palabras significan: el primero, "va con amor"; el segundo, "vaga en torno acariciando, se acerca dulcemente"; el tercero, "recibe velozmente con la voluntad, une rápidamente su querer a la voluntad de Dios".

Me parece haber encontrado reunido por primera vez el cortejo de los tres Reyes a una distancia como de medio día de viaje, más allá de la población en ruinas donde había visto tantas columnas y estatuas de piedra. El punto de reunión era una comarca fértil. Se veían casas de pastores diseminadas, construidas con piedras blancas y negras. Llegaron a una llanura, en medio de la cual había un pozo y amplios cobertizos: tres en el centro y varios alrededor. Parecía un sitio preparado para descanso de los caminantes. Cada acompañamiento estaba compuesto de tres grupos de hombres. Cada uno comprendía cinco personajes de distinción, entre ellos el rey o jefe, que ordenaba, arreglaba y distribuía todo como un padre de familia. Los hombres de cada grupo tenían tez de diferente color. Los hombres de la tribu de Mensor eran de un color moreno agradable; los de Sair eran mucho más morenos y los de Teokeno eran de tez más clara y amarillenta. A excepción de algunos esclavos, no había allí ninguno de piel totalmente negra. Las personas de distinción iban sentadas en sus cabalgaduras, sobre envoltorios cubiertos de alfombras y en la mano llevaban bastones. A éstos seguían otros animales del tamaño de nuestros caballos, montados por criados y esclavos que cargaban los equipajes.

Cuando llegaron, desmontaron, descargaron a los animales, les daban de beber del agua del pozo, rodeado de un pequeño terraplén, sobre el cual había un muro con tres entradas abiertas. En ese recinto se encontraba el pozo de agua en sitio más bajo. El agua salía por tres conductos que se cerraban por medio de clavijas y el depósito, a su vez, estaba cerrado con una tapa que fue abierta por uno de los hombres de aquella ciudad en ruinas, agregado al cortejo. Llevaban odres de cuero divididos en cuatro compartimentos, de modo que cuando estaban llenos podían beber cuatro camellos a la vez. Eran tan cuidadosos del agua, que no dejaban perder ni una gota.

Después de haber bebido fueron instalados los animales en recintos sin techo, cerca del pozo, donde cada uno tenía su compartimiento. Pusieron a las bestias delante de los comederos de piedra donde se les dio el forraje que habían traído. Les daban de comer unas semillas del tamaño de bellotas, quizás habas. Traían como equipaje jaulones colgando de ambos lados de las bestias, en los cuales tenían pájaros como palomas o pollos, de los cuales se alimentaban durante el viaje. En unos recipientes de hierro traían panes como tablitas apretadas unas contra otras del mismo tamaño. Llevaban vasos valiosos de metal amarillo, con adornos y piedras preciosas. Tenían la forma de nuestros vasos sagrados, cálices y patenas. En ellos presentaban los alimentos o bebían. Los bordes de estos vasos estaban adornados con piedras de color rojo.

Los vestidos de estos hombres no eran iguales. Los hombres de Teokeno y los de Mensor llevaban sobre la cabeza una especie de gorro alto, con tira de género blanco enrollado; sus túnicas bajaban a la altura de las pantorrillas y eran simples con ligeros adornos sobre el pecho. Tenían abrigos livianos, muy largos y amplios, que arrastraban al caminar. Sair y los suyos llevaban bonetes con cofias redondas bordadas de diferentes colores y pequeño rodete blanco. Sus abrigos eran más cortos y sus túnicas, llenas de lazos, con botones y adornos brillantes, descendían hasta las rodillas. A un lado del pecho llevaban por adorno una placa estrellada y brillante. Todos calzaban suelas sujetas por cordones que les rodeaban los tobillos. Los principales personajes tenían en la cintura sables cortos o grandes cuchillos; llevaban también bolsas y cajitas. Había entre ellos hombres de cincuenta años, de cuarenta, de veinte; unos usaban la barba larga, otros corta. Los servidores y camelleros vestían con tanta escasez, que muchos de ellos sólo llevaban un pedazo de género o algún viejo manto.

Cuando hubieron dado de beber a los animales y los encerraron, bebieron los hombres e hicieron un gran fuego en el centro del cobertizo donde se habían refugiado. Utilizaron para el fuego pedazos de madera de más o menos dos pies y medio de largo que los pobres del país traen en haces preparados de antemano para los viajeros. Hicieron una hoguera de forma triangular, dejando una abertura para el aire. Hicieron todo esto con mucha habilidad. No sé cómo consiguieron hacer fuego; pero vi que pusieron un pedazo de madera dentro de otro perforado y le dieron vueltas algún tiempo, retirándolo luego encendido. De este modo hicieron fuego. Asaron algunos pájaros que habían matado.

Los Reyes y los más ancianos hacían cada uno en su tribu lo que hace un padre de familia: repartían las raciones y daban a cada uno la suya; colocaban los pájaros asados, cortados en pedazos, sobre pequeños platos y los hacían circular. Llenaban las copas y daban de beber a cada uno. Los criados subalternos, entre ellos algunos negros, estaban sentados sobre tapetes en el suelo. Esperaban con paciencia su turno y recibían su porción. Me parecieron esclavos. ¡Qué admirables son la bondad y la simplicidad inocente de estos excelentes Reyes!... A la gente que va con ellos le dan de todo lo que tienen y hasta le hacen beber en sus vasos de oro, llevándolos a sus labios como si fueran niños.

Hoy he sabido muchas cosas acerca de los Reyes Magos, especialmente el nombre de sus países y ciudades; pero lo he olvidado casi todo. Aún recuerdo lo siguiente: Mensor, el moreno, era de Caldea y su ciudad tenía un nombre como Acaiaia: estaba levantada sobre una colina rodeada de un río. Mensor habitaba generalmente en la llanura cerca de sus rebaños. Sair, el más moreno, el de la tez cetrina, estaba ya con él preparado para partir en la noche del Nacimiento. Recuerdo que su patria tenía un nombre como Parthermo. Al Norte del país había un lago. Sair y su tribu eran de color más oscuro y tenían los labios rojos. Los otros eran más blancos. Sólo había una ciudad más o menos del tamaño de Münster. Teokeno, el blanco, venía de la Media, comarca situada en un lugar alto, entre dos mares. Habitaba en una ciudad hecha de carpas, alzadas sobre bases de piedras: he olvidado el nombre. Me parece que Teokeno, que era el más poderoso de los tres y el más rico, habría podido ir a Belén por un camino más directo y que sólo por reunirse con los demás había hecho un largo rodeo. Me parece que tuvo que atravesar a Babilonia para alcanzarlos.

Sair vivía a tres días de viaje del lugar de Mensor, calculando el día de doce leguas de camino. Teokeno se hallaba a cinco días de viaje. Mensor y Sair estaban ya reunidos en casa del primero cuando vieron la estrella del Nacimiento de Jesús y se pusieron en camino al día siguiente. Teokeno vio la misma aparición desde su residencia y partió rápidamente para reunirse con los dos Reyes, encontrándose en la población en ruinas.
La estrella que los guiaba era como un globo redondo y la luz salía como de una boca. Parecía que el globo estuviera suspendido de un rayo luminoso dirigido por una mano. Durante el día yo veía delante de ellos un cuerpo luminoso cuya claridad sobrepasaba la luz del sol. Me asombra la rapidez con que hicieron el viaje, considerando la gran distancia que los separaba de Belén. Los animales tenían un paso tan rápido y uniforme que su marcha parecía tan ordenada, veloz e igual como el vuelo de una bandada de aves de paso. Las comarcas donde habitaban los tres Reyes Magos formaban en conjunto un triángulo.
La caravana permaneció hasta la noche en el lugar donde los había visto detenerse. Las personas que se les agregaron, ayudaron a cargar de nuevo las bestias y se llevaron luego las cosas que dejaron abandonadas allí los viajeros. Cuando se pusieron en camino, ya era de noche y se veía la estrella, con una luz algo rojiza como la luna cuando hay mucho viento. Durante un tiempo marcharon junto a sus animales, con la cabeza descubierta, recitando sus plegarias. El camino estaba muy quebrado y no se podía ir de prisa; sólo más tarde, cuando el camino se hizo llano, subieron a sus cabalgaduras. Por momentos hacían la marcha más lenta y entonces entonaban unos cantos muy expresivos y conmovedores en medio de la soledad de la noche.
En la noche del 29 al 30 me encontré nuevamente muy próximo al cortejo de los Reyes. Estos avanzaban siempre en medio de la noche en pos de la estrella, que a veces parecía tocar la tierra con su larga cola luminosa. Los Reyes miran la estrella con tranquila alegría. A veces descienden de sus cabalgaduras para conversar entre ellos. Otras veces, con melodía lenta, sencilla y expresiva, cantan alternativamente frases cortas, sentencias breves, con notas muy altas o muy bajas. Hay algo extraordinariamente conmovedor en estos cantos, que interrumpe el silencio nocturno, y yo siento profundamente su significado.

Observan un orden muy hermoso mientras avanzan en su camino. Adelante marcha un gran camello que lleva de cada lado cofres, sobre los cuales hay amplias alfombras y encima está sentado un jefe con su venablo en la mano y una bolsa a su lado. Le siguen algunos animales más pequeños, como caballos o asnos y encima del equipaje, los hombres que dependen de este jefe. Viene después otro jefe sobre otro camello y así sucesivamente. Los animales andan con rapidez, a grandes trancos, aunque ponen las patas en tierra con precaución; sus cuerpos parecen inmóviles mientras sus patas están en movimiento. Los hombres se muestran muy tranquilos, como si no tuvieran, preocupaciones. Todo procede con tanta calma y dulzura que parece un sueño. 

Estas buenas gentes no conocen aún al Señor y van hacia Él con tanto orden, con tanta paz y buena voluntad, mientras nosotros, a quienes Él ha salvado y colmado de beneficios con sus bondades, somos muy desordenados y poco reverentes en nuestras santas procesiones.

Se detuvieron nuevamente en una llanura cerca de un pozo. Un hombre que salió de una cabaña de la vecindad, abrió el pozo y dieron de beber a los animales, deteniéndose sólo un rato sin descargarlas. Estamos ya en el día 30. He vuelto a ver al cortejo ascendiendo una alta meseta. A la derecha se veían montañas y me pareció que se acercaban a una región con poblaciones, fuentes y árboles. Me pareció el país que había visto el año pasado, y aún recientemente, hilando y tejiendo algodón, donde adoraban ídolos en forma de toros. Volvieron a dar con mucha generosidad alimento a los numerosos viajeros que seguían a la comitiva; pero no utilizaron los platos y bandejas; lo que me causó alguna sorpresa. Era un sábado, primer día del mes.

sábado, 23 de febrero de 2013

LIV La comitiva de Teokeno

Mientras yo contemplaba la inmensa llanura, el silencio de la noche fue interrumpido por el ruido que producía un grupo de hombres que llegaban apresuradamente montados en camellos. El cortejo, pasando a lo largo de los rebaños que descansaban, se dirigió rápidamente hacia la carpa central. Algunos camellos se despertaban aquí y allá e inclinaban sus largos cuellos hacia la comitiva que pasaba. Se oía el balar de los corderos, interrumpidos en su sueño. Algunos de los recién llegados bajaron de sus monturas y despertaban a los pastores que dormían. Los vigías más próximos se juntaron al cortejo. Pronto todos estuvieron en pie y en movimiento en torno de los viajeros. La gente conversaba mirando al cielo e indicando las estrellas. Se referían a un astro o a una aparición celeste que ya no se percibía más, pues yo misma ya no pude verla. Era el cortejo de Teokeno, el tercero de los Reyes Magos que habitaba más lejos. Había visto en su patria la misma aparición en el cielo que vieron sus compañeros y de inmediato se puso en camino. Ahora preguntaba cuánta ventaja le llevaban de camino Mensor y Sair, y si aún se veía la estrella que había tomado como guía. Cuando hubo recibido los informes necesarios, continuó su viaje sin detenerse mayormente. Este era el lugar donde los tres Reyes, que vivían muy lejos uno de otro, solían reunirse para observar los astros y en su cercanía se hallaba la torre piramidal en cuya cumbre hacían observaciones.
Teokeno era entre los tres el que habitaba más lejos. Vivía más allá del país donde residió Abrahán al principio, y se había establecido alrededor de esa comarca. En los intervalos entre las visiones que tuve tres veces, durante este día, relativas a lo que sucedía en la gran llanura de los rebaños, me fueron mostradas diversas cosas sobre los países donde había vivido Abrahán: he olvidado la mayor parte. Vi una vez, a gran distancia, la altura donde Abrahán debía sacrificar a su hijo Isaac. La primera morada de Abrahán se hallaba situada sobre una gran elevación, y los países de los tres Reyes Magos eran más bajos y estaban alrededor de aquel lugar de Abrahán.

Otra vez vi, muy claramente, a pesar de ocurrir muy lejos, el hecho de Agar y de Ismael en el desierto. Relato lo que pude ver de esto. A un lado de la montaña de Abraham, hacia el fondo del valle, he visto a Agar con su hijo errando en medio de los matorrales. Parecía estar fuera de sí. El niño era todavía muy pequeño y tenía un vestido largo. Ella andaba envuelta en un largo manto que le cubría la cabeza y debajo llevaba un vestido corto con un corpiño ajustado. Puso al niño bajo un árbol cerca de una colina y le hizo unas marcas en la frente, en la parte superior del brazo derecho, en el pecho y en la parte alta del brazo izquierdo. No vi la marca de la frente; pero las otras, hechas sobre el vestido, permanecieron visibles y parecían trazadas en rojo. Tenían la forma de una cruz, no común, sino parecida a una de Malta que llevara en el centro un círculo, del que partían los cuatro triángulos que formaban la cruz. En cada uno de los triángulos Agar escribió unos signos o letras en forma de gancho, cuyo significado no pude comprender. En el círculo del centro trazó dos o tres letras. Hizo todo el dibujo muy rápidamente con un color rojo que parecía tener en la mano y que quizás era sangre. Se apartó de allí, levantando sus ojos al cielo, sin mirar el lugar donde dejaba a su hijo, y fue a sentarse a la sombra de un árbol como a la distancia de un tiro de fusil. Estando allí oyó una voz en lo alto; se apartó más aún del lugar primero, y habiendo escuchado la voz por segunda vez, dio con una fuente de agua oculta entre el follaje. Llenó de agua su odre, y volviendo de nuevo al lado de su hijo, le dio de beber; luego lo llevó consigo junto a la fuente y encima del vestido que tenía las marcas hechas, le puso otra vestimenta. Me parece haber visto otra vez a Agar en el desierto antes del nacimiento de Ismael.

Al amanecer, el acompañamiento de Teokeno alcanzó a unirse al de Mensor y de Sair cerca de una población en ruinas. Se veían allí largas filas de columnas, aisladas unas de otras, y puertas coronadas por torrecitas cuadradas, todo medio derruido. Aún se veían algunas grandes y hermosas estatuas, no tan rígidas como las de Egipto, sino en graciosas actitudes, cual si fueran vivientes. En general el país era arenoso y lleno de rocas.

He visto que en las ruinas de la ciudad se habían establecido gentes que más bien parecían bandoleros y vagabundos; como único vestido llevaban pieles de animales echadas sobre el cuerpo y tenían armas de flechas y venablos. Aunque eran de estatura baja y gruesos, eran ágiles en gran manera; tenían la piel tostada. Creía reconocer este lugar por haber estado antes, en ocasión de mis viajes a la montaña de los profetas y al país del Ganges.

Cuando se encontraron reunidos los tres Reyes, dejaron el lugar por la mañana muy temprano, con ánimo de continuar viaje con apuro. He visto que muchos habitantes pobres siguieron a los Reyes, por la liberalidad con que los trataban. Después de otro medio día de viaje se detuvieron. Después de la muerte de Jesucristo, el apóstol San Juan envió a dos de sus discípulos, Saturnino y Jonadab (medio hermano de San Pedro) para anunciar el Evangelio a los habitantes de la ciudad en ruinas.

viernes, 22 de febrero de 2013

LIII Los países de los Reyes Magos

Vi el nacimiento de Jesucristo anunciado a los Reyes Magos. He visto a Mensor y a Sair: estaban en el país del primero y observaban los astros, después de haber hecho los preparativos del viaje. Observaban la estrella de Jacob desde lo alto de una torre piramidal. Esta estrella tenía una cola que se dilató ante sus ojos, y vieron a una Virgen brillante, delante de la cual, en medio del aire, se veía un Niño luminoso. Al lado derecho del Niño brotó una rama, en cuya extremidad apareció, como una flor, una pequeña torre con varias entradas que acabó por transformarse en ciudad. Inmediatamente después de esta aparición los dos Reyes se pusieron en marcha. Teokeno, el tercero de los Reyes, que vivía más hacia el oriente, a dos días de viaje, tuvo igual aparición, a la misma hora, y partió en seguida aceleradamente para reunirse con sus dos amigos, a os que encontró en el camino.
Me dormí con gran deseo de encontrarme en la gruta del pesebre, cerca de la Madre de Dios, con el ansia de que Ella me diera al Niño Jesús para tenerlo en mis brazos algún tiempo y estrecharlo contra mi corazón. Me acerqué a la gruta del pesebre. Era de noche. José dormía apoyado en el brazo derecho, en su aposento, cerca de la entrada. María estaba despierta, sentada en su sitio de costumbre, cerca del pesebre, teniendo al pequeño Jesús a su pecho, cubierta con un velo. Me arrodillé allí y le adoré, sintiendo un gran deseo de ver al Niño. ¡Ah, María bien lo sabía! ¡Ella lo sabe todo y acoge todo lo que se le pide con bondad muy conmovedora, siempre que se rece con fe sincera! Pero ahora estaba silenciosa, en recogimiento; adoraba respetuosamente a Aquél de quien era Madre. No me dio al Niño, porque creo lo estaba amamantando. En su lugar, yo hubiera hecho lo mismo.

Mi ansia crecía más y se confundía con el de todas las almas que suspiraban por el Niño Jesús. Pero esta ansia mía no era tan pura, tan inocente ni tan sincera como la del corazón de los buenos Reyes Magos del Oriente, que lo habían aguardado desde siglos en las personas de sus antepasados, creyendo, esperando y amando. Así fue que mi deseo se volvió hacia ellos.

Cuando acabé de rezar, me deslicé respetuosamente fuera de la gruta y fui llevada por un largo camino hasta el cortejo de los Reyes Magos. A través del camino he visto muchos países, moradas y gentes con sus trajes, sus costumbres y su culto; pero casi todo se me ha ido de la memoria. Fui llevada al Oriente a una región donde nunca había estado, casi toda estéril y arenosa. Cerca de unas colinas habitaban en cabañas, bajo enramadas, pequeños grupos de hombres. Eran familias aisladas de cinco a ocho personas. El techo de ramas se apoyaba en la colina donde habían cavado las habitaciones. Esta región no producía casi nada; sólo brotaban zarzales y algún arbolillo con capullos de algodón blanco. En otros árboles más grandes colocaban a sus ídolos.

Aquellos hombres vivían aún en estado salvaje. Me pareció que se alimentaban de carne cruda, especialmente de pájaros y se dedicaban al latrocinio. Eran de color cobrizo y tenían los cabellos rojos como el pelo de zorro. Eran bajos, macizos, más bien gordos que flacos; eran muy hábiles, activos y ágiles. En sus habitaciones no había animales domésticos ni tenían rebaños. Confeccionaban una especie de colchas con algodón que recogían de sus pequeños árboles. Hilaban largas cuerdas del espesor de un dedo que luego trenzaban para hacer anchas tiras de tejidos. Cuando habían preparado cierta cantidad ponían sobre sus cabezas grandes atados de colchas e iban a venderlas a la ciudad.

También he visto sus ídolos en varios lugares, bajo frondosos árboles: tenían cabeza de toro con cuernos y boca grande; en el cuerpo agujeros redondos y más abajo una abertura ancha donde encendían fuego para quemar las ofrendas colocadas en otras aberturas más pequeñas. Alrededor de cada árbol, bajo los cuales había ídolos, veíanse otras figuras de animales sobre columnitas de piedra. Eran pájaros, dragones y una figura que tenía tres cabezas de perro y una cola de serpiente arrollada sobre sí misma.

Al comenzar el viaje tuve la idea de que había gran cantidad de agua a mi derecha y que me alejaba cada vez más de ella. Pasada esta región, el sendero subía siempre. Atravesé la cresta de una montaña de arena blanca donde había gran cantidad de piedrecillas negras quebradas semejantes a fragmentos de jarrones y escudillas. Del otro lado bajé a una región cubierta de árboles que parecían alineados en orden perfecto. Algunos de estos árboles tenían el tronco cubierto de escamas; las hojas eran extraordinariamente grandes. Otros eran de forma piramidal, con grandes y hermosas flores. Estos últimos tenían hojas de un verde amarillento y ramas con capullos. He visto otros árboles con hojas muy lisas, en forma de corazón.
Llegué después a un país de praderas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista en medio de alturas. Había allí innumerables rebaños. Los viñedos crecían alrededor de las colinas. Había filas de cepas sobre terrazas con pequeños vallados de ramas para protegerlas. Los dueños de los rebaños habitaban en carpas, cuya entrada estaba cerrada por medio de zarzos livianos. Aquellas carpas estaban hechas con tejido de lana blanca fabricado por los pueblos más salvajes que había visto antes. En el centro había una gran carpa rodeada de muchas otras pequeñas. Los rebaños, separados en clases, vagaban por extensos prados divididos por setos de zarzales. Había diferentes tipos de rebaños: carneros cuya lana colgaba en largas trenzas, con grandes colas lanudas; otros animales muy ágiles, con cuernos, como los de los chivos, grandes como terneros; otros tenían el tamaño de los caballos que corren en libertad en nuestras praderas. Había también manadas de camellos y animales de la misma especie pero con dos jorobas. En un recinto cerrado vi elefantes blancos y algunos manchados: estaban domesticados y servían para los trabajos ordinarios. Esta visión fue interrumpida tres veces por diversas circunstancias, pero volví siempre a ella.
Aquellos rebaños y pastizales pertenecían, según creo, a uno de los Reyes Magos que se hallaba entonces de viaje; me parece que eran del Rey Mensor y sus parientes. Habían sido puestos al cuidado de otros pastores subalternos que vestían chaquetas largas hasta las rodillas, más o menos de la forma de las de nuestros campesinos, pero más estrechas. Creo que por haber partido el jefe para un largo viaje todos los rebaños fueron revisados por inspectores, y los pastores subalternos tuvieron que decir la cantidad exacta, pues he podido ver a cierta gente, cubierta de grandes abrigos, venir de cuando en cuando para tomar nota de todo. Se instalaban en la gran carpa principal y central y hacían desfilar a todos los rebaños entre esta carpa y las más pequeñas. Así se examinaba y contaba todo. Los que hacían las cuentas tenían en las manos una especie de tablilla, no sé de qué materia, sobre la cual escribían. Viendo esto, me decía: "¡Ojalá pudieran nuestros obispos examinar con el mismo cuidado los rebaños confiados a los pastores subalternos!"
Cuando después de la última interrupción de esta visión volví a estas praderas, era ya de noche. La mayor parte de los pastores descansaban bajo carpas pequeñas. Sólo algunos velaban caminando de un lado a otro en torno a las reses, encerradas, según su especie, en grandes recintos separados. Yo miraba con afecto estos rebaños que dormían en paz pensando que pertenecían a hombres, los cuales habían abandonado la contemplación de los azules prados del cielo, sembrados de estrellas, y habían partido siguiendo el llamado de su Creador Todopoderoso, como fieles rebaños, para seguirlo con más obediencia que los corderos de esta tierra siguen a sus pastores terrenales.

Veía a los pastores que miraban más a menudo las estrellas del cielo que sus rebaños de la tierra. Yo pensaba: "Tienen razón en levantar los ojos asombrados y agradecidos hasta el cielo mirando hacia donde sus antepasados, desde hace siglos, perseverando en la espera y en la oración, no han cesado de levantar sus miradas". El buen pastor que busca la oveja perdida, no descansa hasta haberla encontrado y traído de nuevo. Lo mismo acaba de hacer el Padre que está en los cielos, el verdadero pastor de los innumerables rebaños de estrellas extendidos en la inmensidad. Al pecar el hombre, a quien Dios había sometido toda la tierra, Dios maldijo a ésta en castigo de su crimen; fue a buscar al hombre caído en la tierra, su residencia, como a una oveja perdida; envió desde lo alto del cielo a su Hijo único para que se hiciera hombre, guiara a aquella oveja descaminada, tomara sobre Él todos sus pecados en calidad de Cordero de Dios y, muriendo, diera satisfacción a la justicia divina. Y este advenimiento del Redentor había tenido lugar.

Los reyes de aquel país, guiados por una estrella, habían partido la noche anterior para rendir homenaje al Salvador recién nacido. Por causa de esto, los que velaban sobre los rebaños, miraban con emoción los prados celestiales y oraban; pues el Pastor de los pastores acababa de bajar de los cielos, y fue a los pastores, antes que a nadie, a quienes había anunciado su venida.

jueves, 21 de febrero de 2013

LII Isabel acude a la gruta de Belén

Esta noche vi a Isabel montada en un asno, conducido por un viejo criado en camino de Juta a la gruta de Belén. José la recibió afectuosamente y María la abrazó con un sentimiento de indecible alegría. Isabel estrechó al Niño contra su pecho, derramando lágrimas de júbilo. Le prepararon un lecho cerca del sitio donde había nacido Jesús. Delante de él había un banquillo alto como el de aserrador, sobre el cual había un cofre pequeño donde solían colocar al Niño Jesús. Debía ser una costumbre que usaban con los niños, pues ya había visto en casa de Ana a María en su primera infancia reposando en un banquillo parecido.
Anoche y durante el día de hoy vi a María e Isabel sentadas juntas en afectuosa conversación. Yo me hallaba tan cerca de ellas que escuchaba sus palabras con sentimiento de viva alegría. La Virgen contó a su prima todo lo que había sucedido hasta entonces y cuando habló de lo que había sufrido buscando un albergue en Belén, Isabel lloró muy conmovida. Le dijo muchas cosas referentes al nacimiento de Jesús. Le explicó que en el momento de la anunciación, su espíritu se había sentido arrebatado durante diez minutos, teniendo la sensación de que su corazón se duplicaba y que un bienestar indecible entraba en Ella llenándola por completo. En el momento del nacimiento, se había sentido también arrebatada con la sensación que los ángeles la llevaban arrodillada por los aires y le había parecido que su corazón se dividía en dos partes y que una mitad se separaba de la otra. 

Durante diez minutos había perdido el uso de los sentidos. Luego sintió un vacío interior y un inmenso deseo de la felicidad infinita que hasta aquel momento había habitado en ella y que ya no estaba más. Había visto delante de sí una luz deslumbradora, en medio de la cual su Niño había parecido crecer ante sus ojos. En ese momento lo vio moverse y lo oyó llorar. Volviendo en sí lo levantó de la colcha y lo estrechó contra su pecho, pues al principio había creído estar soñando y no se había atrevido a tocar al Niño rodeado de tanta luz. Dijo no haberse dado cuenta del momento en que el Niño se había separado de ella. Isabel le contestó: "En vuestro alumbramiento habéis gozado favores que no tienen las demás mujeres. El nacimiento de mi Juan fue también lleno de dulzura, pero todo se realizó en forma muy diversa". Esto es lo que recuerdo de sus pláticas.

Al caer la tarde María se ocultó nuevamente con el Niño, acompañada de Isabel, en la caverna lateral, vecina a la gruta del pesebre; me parece que permanecieron allí toda la noche. María procedió así porque muchas personas de distinción acudían de Belén al pesebre por pura curiosidad, y no quiso mostrarse a ellas.

Hoy vi a María saliendo con el Niño de la gruta del pesebre, yendo a otra que está a la derecha. La entrada es estrecha y unos catorce escalones inclinados llevan primero a una pequeña cueva y después a una habitación subterránea más amplia que la gruta del pesebre. José la separó en dos partes por medio de una colcha que suspendió de la techumbre. La parte contigua a la entrada era semicircular y la otra cuadrada. La luz no venía de arriba, sino de aberturas laterales que atravesaban una roca muy ancha. Unos días antes había visto a un hombre sacar de aquella gruta haces de leña y de paja y paquetes de cañas como los que usaba José para hacer fuego. Fue un pastor el que hizo este servicio. Esta gruta era más amplia y clara que la del pesebre. El asno no estaba en ella. Vi al Niño Jesús acostado en una gamella abierta en la roca.

En los días precedentes vi a María a menudo junto a algunos visitantes mostrándoles al Niño cubierto con un velo y teniendo sólo un paño alrededor del cuerpo. Otras veces lo veía del todo fajado. He visto que la cuidadora que había asistido a la circuncisión venía a menudo a visitar al Niño. María le daba casi todo lo que traían los visitantes para que ella lo distribuyera entre los pobres del lugar y de Belén.

miércoles, 20 de febrero de 2013

LI La circuncisión de Jesús

Ardían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se rezó largo tiempo y se entonaron cánticos. La ceremonia de la circuncisión tuvo lugar al amanecer. María estaba preocupada e inquieta. Había dispuesto por sí misma los paños destinados a recibir la sangre y a vendar la herida, y los tenía delante, en un pliegue de su manto. La piedra octogonal fue cubierta por los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco, éste encima, con oraciones y varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes se apoyó sobre el asiento y la Virgen que se había quedado envuelta en el fondo de la gruta con el Niño Jesús en brazos, se lo entregó a la criada con los paños preparados. José lo recibió de manos de la mujer y lo dio a la que había venido con los sacerdotes. Esta mujer colocó al Niño, cubierto con un velo, sobre la cobertura de la piedra octogonal. Recitaron nuevas oraciones. La mujer quitó al Niño sus pañales y lo puso sobre las rodillas del sacerdote que se hallaba sentado. José inclinóse por encima de los hombros del sacerdote y sostuvo al Niño por la parte superior del cuerpo. Dos sacerdotes se arrodillaron a derecha e izquierda, teniendo cada uno de ellos uno de sus piececitos, mientras el que realizaba la operación se arrodilló delante del Niño. Descubrieron la piedra octogonal y levantaron la placa metálica para tener a mano las tres cajas de ungüento; había allí aguas para las heridas.

Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El mango era pardo y pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja, de color amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con la punta curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante de su dedo. Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros ingredientes que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de haber vendado la herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron fajados los brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la cabeza el velo que lo cubría anteriormente.Después de esto el Niño fue puesto de nuevo sobre la piedra octogonal y recitaron otras oraciones.

El ángel había dicho a José que el Niño debía llamarse Jesús; pero el sacerdote no aceptó al principio ese nombre y por eso se puso a rezar. Vi entonces a un ángel que se le aparecía y le mostraba el nombre de Jesús sobre un cartel parecido al que más tarde estuvo sobre la cruz del Calvario. No sé en realidad si el ángel fue visto por él o por otro sacerdote: lo cierto es que lo vi muy emocionado escribiendo ese nombre en un pergamino, como impulsado por una inspiración de lo alto.

El Niño Jesús lloró mucho después de la ceremonia de la circuncisión. He visto que José lo tomaba y lo ponía en brazos de María, que se había quedado en el fondo de la gruta con dos mujeres más. María tomó al Niño, llorando, se retiró al fondo donde se hallaba el pesebre, se sentó cubierta con el velo y calmó al Niño dándole el pecho. José le entregó los pañales teñidos en sangre. Se recitaron nuevamente oraciones y se cantaron salmos. 

La lámpara ardía, aunque había amanecido completamente. Poco después la Virgen se aproximó con el Niño y lo puso en la piedra octogonal. Los sacerdotes inclinaron hacia ella sus manos cruzadas sobre la cabeza del Niño, y luego se retiró María con el Niño Jesús. Antes de marcharse los sacerdotes comieron algo en compañía de José y de dos pastores bajo la enramada. Supe después que todos los que habían asistido a la ceremonia eran personas buenas y que los sacerdotes se convirtieron y abrazaron la doctrina del Salvador.

Entre tanto, durante toda la mañana se distribuyeron regalos a los pobres que acudían a la puerta de la gruta. Mientras duró la ceremonia el asno estuvo atado en sitio aparte. Hoy pasaron por la puerta unos mendigos sucios y harapientos, llevando envoltorios, procedentes del valle de los pastores: parecía que iban a Jerusalén para alguna fiesta. Pidieron limosna con mucha insolencia, profiriendo maldiciones e injurias cerca del pesebre, diciendo que José no les daba bastante. No supe quienes eran, pero me disgustó grandemente su proceder. Durante la noche siguiente he visto al Niño a menudo desvelado a causa de sus dolores, y que lloraba mucho. María y José lo tomaban en brazos uno después de otro y lo paseaban alrededor de la gruta tratando de calmarlo.

martes, 19 de febrero de 2013

L La Sagrada Familia celebra la fiesta del Sábado

Mientras me hallaba meditando en la historia de la borriquilla empeñada ahora para cubrir los gastos de la circuncisión, y pensando que el próximo Domingo, día en que tendrá lugar la ceremonia, (se leería el Evangelio del Domingo de Ramos, que relata la entrada de Jesús montado sobre un asno), vi un cuadro del cual no puedo explicar bien el sentido ni sé donde se realizaba:
Bajo una palmera había dos carteles sostenidos por ángeles. Sobre uno de ellos estaban representados diversos instrumentos de martirio; en el centro había una columna y sobre ella un mortero con dos asas. En el otro cartel había unas letras: creo que eran cifras indicando años y épocas de la historia de la Iglesia. Por encima de la palmera estaba arrodillada una Virgen que parecía salir del tallo y cuyo traje flotaba en el aire. Tenía en sus manos, debajo del pecho, un vaso de igual forma que el cáliz de la Última Cena, del cual salía la figura de un Niño luminoso. Vi al Padre Eterno, en la forma que siempre lo veo, acercarse a la palmera por encima de unas nubes, quitar una gruesa rama que tenía la forma de una cruz y colocarla sobre el Niño. Después vi al Niño atado a esa cruz de palma y a la Virgen Santísima presentando a Dios Padre la rama con el Niño crucificado, mientras ella llevaba en la otra mano el cáliz vacío, que parecía también su propio corazón. Cuando me disponía a leer las letras del cartel, bajo la palmera, la llegada de una visita me sacó de esta visión. No sabría decir si este cuadro lo vi en la gruta del pesebre o en otra parte.

Cuando la gente se había ido a la sinagoga de Belén, José preparó en la gruta la lámpara del sábado con las siete mechas; la encendió y colocó debajo de ella una pequeña mesa con los rollos que contenían las oraciones. Bajo esta lámpara celebró el sábado con la Virgen Santísima y la criada de Ana. Se hallaban allí dos pastores un poco hacia atrás en la gruta y algunas mujeres esenias. Hoy, antes de la fiesta del sábado, estas mujeres y la sirvienta prepararon los alimentos. Vi que asaron pájaros en un asador puesto encima del fuego. Los envolvían en una especie de harina hecha de semillas de espigas de unas plantas semejantes a cañas, que se encuentran en estado silvestre en lugares pantanosos de la comarca. Las he visto cultivadas en diversos sitios; en Belén y en Hebrón crecen sin ser cultivadas. No las he visto cerca de Nazaret. Los pastores de la torre habían traído algunas para José. He visto que las mujeres con esas semillas hacían una especie de crema blanca bastante espesa y amasaban tortas con la harina. La Sagrada Familia guardó para su uso una cantidad muy pequeña de las abundantes provisiones que los pastores habían traído en sus visitas; lo sobrante lo regalaban a los pobres.

Hoy he visto varias personas que acudieron a la gruta del pesebre, y por la noche, después de la terminación de las fiestas del Sábado, vi que las mujeres esenias y la criada de Ana preparaban comida en una choza construida de ramas verdes, que José, con la ayuda de los pastores, había levantado a la entrada de la gruta. Había desocupado la habitación a la entrada de la gruta, tendido colchas en el suelo y arreglado todo como para una fiesta, según le permitía su pobreza. Dispuso así todas las cosas antes del comienzo del sábado, pues el día siguiente era el octavo después del nacimiento de Jesús, cuando debía ser circuncidado de conformidad con el precepto divino.
Al caer la tarde José fue a Belén y trajo consigo a tres sacerdotes, un anciano, una mujer y una cuidadora para esta ceremonia. Tenía ésta un asiento, del que se servía en ocasiones parecidas y una piedra octogonal chata y muy gruesa, que contenía los objetos necesarios. Todo esto fue colocado sobre esteras donde debía tener lugar la circuncisión, es decir en la entrada de la gruta, entre el rincón que ocupaba José y el hogar. El asiento era una especie de cofre con cajones, los cuales, puestos a continuación de los otros, formaban como un lecho de reposo con un apoyo a un lado; se estaba uno allí recostado más que sentado. La piedra octogonal tenía más de dos pies de diámetro. En el centro había una cavidad octogonal también cubierta por una placa de metal, donde se hallaban tres cajas y un cuchillo de piedra en compartimentos separados. Esta piedra fue colocada al lado del asiento, sobre un pequeño escabel de tres patas que hasta aquel momento había quedado bajo una cobertura, en el sitio donde había nacido el Salvador. 

Terminados estos arreglos los sacerdotes saludaron a María y al Niño Jesús, y conversando amistosamente con la Virgen Santísima tomaron al Niño entre sus brazos, y quedaron conmovidos. Después tuvo lugar la comida en la glorieta. Muchos pobres que habían seguido a los sacerdotes, como solían hacer en tales ocasiones, rodeaban la mesa y durante la comida recibían los regalos de José y de los sacerdotes, de modo que pronto quedó todo distribuido. Al ponerse el sol me parecía que su disco era más grande que en nuestro país. Lo vi descender en el horizonte; sus rayos penetraban por la puerta abierta al interior de la gruta.

lunes, 18 de febrero de 2013

XLIX Los pastores acuden con sus presentes

A la caída de la tarde los tres pastores jefes se dirigieron a la gruta del pesebre con los regalos, consistentes en animalitos parecidos a los corzos. Si eran cabritos, eran muy distintos de los de nuestro país, pues tenían cuello largo, ojos hermosos muy brillantes, eran muy graciosos y ligeros al correr; los pastores los llevaban atados con delgados cordeles. Traían sobre los hombros aves que habían matado, y bajo el brazo otras, vivas, de mayor tamaño.

Al llegar, llamaron tímidamente a la puerta de la gruta y San José les salió al encuentro. Ellos repitieron lo que les habían anunciado los ángeles y dijeron que deseaban rendir homenaje al Niño de la Promesa y a ofrecerle sus pobres obsequios. José aceptó sus regalos con humilde gratitud y los llevó junto a la Virgen, que se hallaba sentada cerca del pesebre, con el Niño Jesús sobre sus rodillas. Los tres pastores se hincaron con toda humildad, permaneciendo mucho rato en silencio, como absortos en una alegría indecible. Cantaron luego el cántico que habían oído a los ángeles y un salmo que no recuerdo. Cuando estaban por irse, María les dio al Niño, que ellos tomaron en sus brazos, uno después de otro y, llorando de emoción, lo devolvieron a María y se retiraron.

Por la noche vinieron de la torre de los pastores, a cuatro leguas del pesebre, otros pastores con sus mujeres y sus niños. Traían pájaros, huevos, miel, madejas de hilo de diversos colores, pequeños atados que parecían de seda cruda y ramas de una planta parecida al junco. Esta planta tiene unas espigas llenas de semillas gruesas. Después que entregaron estos regalos a San José, se acercaron humildemente al pesebre, al lado del cual se hallaba María sentada. Saludaron a la Madre y al Niño; después, de rodillas, cantaron hermosos salmos, el Gloria in excelsis de los ángeles y algunos otros muy breves. Yo cantaba con ellos. Cantaban a varias voces y yo hice una vez la voz alta. Recuerdo más o menos lo siguiente: "¡Oh Niñito, bermejo como la rosa, pareces semejante a un mensajero de paz!"

Cuando se despidieron, se inclinaban ante el pesebre como si besaran al Niño. Hoy he vuelto a ver a los tres pastores, ayudando a San José, uno después de otro, a disponer todo con mayor comodidad en la gruta del pesebre y en las cavernas laterales. He visto también junto a la Virgen varias piadosas mujeres que la ayudaban en diversos servicios. Eran esenias que habitaban no lejos de la gruta, en una angostura situada al Oriente. Estas mujeres vivían en una especie de casas abiertas en la roca a considerable altura de la colina. Tenían jardincitos cerca de sus casas y se ocupaban en instruir a los niños de los esenios. San José las había hecho venir porque desde su niñez conocía a esta asociación. Cuando huía de sus hermanos habíase refugiado varias veces con 
esas piadosas mujeres en la gruta del pesebre. Estas acercábanse una tras otra a María, trayendo provisiones y atendían los quehaceres de la Sagrada Familia.
Hoy he visto una escena muy conmovedora: José y María se hallaban junto al pesebre, contemplando con profunda ternura al Niño Jesús. De pronto el asno se echó también de rodillas y agachó la cabeza hasta la tierra en acto de adoración. María y José lloraban emocionados. Por la noche llegó un mensaje de Santa Ana. Un anciano llegó de Nazaret con una viuda parienta de Ana, a la cual servía. Traían diversos objetos para María. Al ver al Niño se conmovieron extraordinariamente: el viejo derramaba lágrimas de alegría. Volvió a ponerse en camino llevando noticias de lo visto, a Ana, mientras la viuda se quedó para servir a María.

Hoy he visto que la Virgen con el Niño Jesús, acompañada de la criada de Ana, salieron de la gruta del pesebre durante algunas horas. María se refugió en la gruta lateral, donde había brotado la fuente después del Nacimiento de Jesucristo. Pasó unas cuatro horas en esa gruta, en la cual habría de estar más tarde, dos días enteros. José había estado arreglándola desde la mañana para que pudiera estar allí con más comodidad. Se refugiaron en esa gruta, por inspiración interior, pues habían venido personas de Belén a ver la gruta del pesebre, y paréceme que eran emisarios de Herodes. A consecuencia de las conversaciones de los pastores, había corrido la voz de que algo milagroso había sucedido allí al tener lugar el Nacimiento del Niño. Vi a esos hombres hablando un rato con José, a quien hallaron con los pastores delante de la gruta del pesebre, y luego se fueron, riéndose y burlándose, cuando vieron la pobreza del lugar y la simplicidad de las personas.

María, después de haberse quedado cuatro horas oculta en la gruta lateral, volvió a la del pesebre con el Niño Jesús. En la gruta del pesebre reina una amable tranquilidad, pues nadie viene hasta este lugar y sólo los pastores están en comunicación con ella. En la ciudad de Belén nadie se ocupa de lo que pasa en la gruta, pues hay mucha gente, agitación y movimiento, por razón de los forasteros. Se venden y matan muchos animales, porque algunos forasteros pagan sus impuestos con ganado. Veo que hay también paganos como criados y servidores.
Por la mañana el dueño de la última posada adonde se habían alojado José y María a pasar la noche, envió un criado a la gruta del pesebre con varios regalos. Él mismo llegó más tarde para rendir homenaje al Niño Jesús. La noticia de la aparición del ángel a los pastores del valle en el momento del Nacimiento de Jesús, fue causa de que todos los pastores y gentes del valle oyeran hablar del maravilloso Niño de la Promesa. Todos ellos acuden para honrarlo.
Hoy mismo varios pastores y otras buenas personas llegaron a la gruta del Pesebre y honraron al Niño con mucha devoción. Llevaban trajes de fiesta porque iban a Belén para la solemnidad del sábado. Entre estos visitantes vi a aquella mujer que el 20 de Noviembre había compensado la grosería de su marido con la Santa Familia, ofreciéndole hospitalidad. Hubiera podido ir más fácilmente a Jerusalén, porque está más cerca, para la fiesta del sábado, pero quiso hacer un rodeo más largo para ir a Belén y ver al Niño Santo y a sus padres. Sintióse después muy feliz por haberles ofrecido esta prueba de su afecto.

Por la tarde vi a un pariente de José, al lado de cuya casa la Sagrada Familia había pasado la noche del 22 de Noviembre: ahora venía al pesebre para ver y saludar al Niño. Este hombre era el padre de Jonadab, el cual, en la hora de la crucifixión, llevó a Jesús un lienzo para que se cubriera con él. 

Supo que José había pasado cerca de su casa y había oído hablar de los hechos maravillosos que acontecieron en el Nacimiento del Niño y teniendo que ir a Belén para el sábado, llegó hasta la gruta trayendo algunos regalos. Saludó a María y rindió homenaje al Niño. José lo recibió amistosamente, pero no quiso aceptar de él nada y sólo le pidió prestado algún dinero dándole en garantía la borriquilla a condición de recuperarla al devolverle el dinero. José necesitaba ese dinero para emplearlo en los regalos que debía hacer en la ceremonia de la circuncisión y en la comida que habría de ofrecer.

domingo, 17 de febrero de 2013

XLVIII Fecha del nacimiento del Redentor

Jesucristo nació antes de cumplirse el año 3.997 del mundo. Más tarde fueron olvidados los cuatro años, menos algo, transcurridos desde su nacimiento hasta el fin del 4.000. Después se hizo comenzar nuestra era cuatro años más tarde.

Uno de los cónsules de Roma, llamado Léntulo, fue antepasado del sacerdote y mártir Moisés, del cual tengo una reliquia. Había vivido en tiempos de San Cipriano. De él desciende aquel otro Léntulo que fue amigo de San Pedro en Roma.

Herodes reinó cuarenta años. Durante siete años no fue independiente; pero ya desde aquel tiempo oprimía al país y cometía actos de crueldad. Murió, creo, en el año sexto de la vida de Jesús; su muerte se guardó en secreto por algún tiempo. Herodes fue siempre sanguinario y hasta en sus últimos días hizo mucho daño. Lo vi arrastrándose en medio de una amplia habitación acolchada, con una lanza a su lado, queriendo herir a las personas que se le acercaban. Jesús nació más o menos en el año treinta y cuatro de su reinado.

Unos dos años antes de la entrada de María en el Templo, Herodes mandó hacer algunas construcciones allí. No hizo de nuevo el Templo, sino algunas reformas y mejoras.

La huida a Egipto se produjo cuando Jesús tenía nueve meses y la matanza de los inocentes ocurrió durante el segundo año de la edad de Jesús.

El Nacimiento de Jesús tuvo lugar en un año judío de trece meses, que era un arreglo semejante a nuestros años bisiestos. Creo, también, que los judíos tenían meses de veinte días dos veces al año y uno de veintidós días. Pude oír algo de esto a propósito de los días de fiesta; pero ahora no me queda más que un recuerdo confuso.
He visto que se hicieron varias veces cambios en el calendario. Sucedió esto al salir de un cautiverio, mientras se trabajaba en la reconstrucción del Templo. He visto al hombre que cambió el calendario y supe también su nombre.

sábado, 16 de febrero de 2013

XLVII Antecedentes de los Reyes Magos

Quinientos años antes del nacimiento del Mesías, los antepasados de los tres Reyes Magos eran poderosos y tenían más riquezas que sus descendientes, ya que sus posesiones eran extensas y su herencia menos dividida. Vivían entonces en tiendas de campaña, con excepción del antepasado del rey que vivía al Este del Mar Caspio, cuya ciudad veo en este momento. Esta ciudad tiene construcciones subterráneas de piedra, en lo alto de las cuales se alzan pabellones, pues se halla cerca del mar, que se desborda con frecuencia. Veo allí montañas muy altas y dos mares, uno a mi derecha y otro a mi izquierda.
Aquellos jefes de raza eran, según sus tradiciones, observadores y adoradores de los astros y existía en el país un culto abominable que consistía en sacrificar a los viejos, a los hombres deformes y a veces también a los niños. Lo más horrible era que estos niños eran vestidos de blanco y luego arrojados en calderas donde morían hervidos. Toda esta abominación fue abolida. A estos ciegos paganos Dios les anunció con mucha anticipación el Nacimiento del Salvador.
Aquellos príncipes tenían tres hijas versadas en el conocimiento de los astros. Las tres recibieron el espíritu de profecía y supieron, por medio de una visión, que una estrella saldría de Jacob y que una Virgen daría a luz al Salvador del mundo. Vestidas de largos mantos recorrían el país predicando la reforma de las costumbres y anunciando que los enviados del Salvador vendrían un día al país trayendo el culto del Dios verdadero. Predecían muchas cosas más relativas a nuestra época y a épocas más lejanas aún.

A raíz de estas predicciones, los padres de estas jóvenes elevaron un templo a la futura Madre de Dios hacia el Mediodía del mar, en el mismo sitio de los límites de sus países y allí ofrecieron sacrificios. La predicción de las tres vírgenes se refería especialmente a una constelación y a diversos cambios que habrían de producirse.

Desde entonces empezaron a observar aquella constelación desde lo alto de una colina cercana al templo de la futura Madre de Dios, y de acuerdo con esas observaciones, cambiaban algunas cosas en los templos, en el culto religioso y en los ornamentos. Así he visto que el pabellón del templo era unas veces azul, otras rojo, otras amarillo y demás colores. Me impresionó que pasaran su día de fiesta al sábado, mientras antes celebraban el viernes. Todavía recuerdo el nombre que daban a este día: Tanna o Tanneda.

viernes, 15 de febrero de 2013

XLVI Señales en Jerusalén, en Roma y en otros pueblos

Esta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa Ana y al anciano Simeón. Vi en Nazaret a Ana y en Juta a Santa Isabel. Todos tenían visiones y revelaciones del Nacimiento del Salvador. He visto al pequeño Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía. Sólo Ana sabía que tenía lugar en Belén.

Esta noche vi en el Templo un acontecimiento admirable y extraño: todos los rollos de escrituras de los saduceos saltaban fuera de los armarios donde estaban encerrados, dispersándose. Este suceso causó mucho espanto en todos, pero los saduceos lo atribuyeron a efectos de brujería y repartieron dinero a los que lo sabían para que mantuvieran el secreto.

He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació, vi un barrio de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que causó maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter cayó de su pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo. Los paganos se llenaron de terror, hicieron sacrificios y preguntaron a otro ídolo, el de Venus, creo, qué significaba aquello. El demonio respondió, por medio de la estatua: "Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un Hijo sin dejar de ser virgen; y este Niño acaba de nacer". Este ídolo habló también desde la fuente de aceite. En el sitio donde brotó la fuente se alzó una iglesia dedicada a la Virgen María, Madre de Dios. Los sacerdotes paganos estaban consternados y hacían averiguaciones.

Setenta años antes de estos hechos vivía en Roma una buena y piadosa mujer. No recuerdo ahora si era judía. Se llamaba algo así como Serena o Cyrena y poseía algunos bienes de fortuna. Por ese tiempo se había recubierto de oro y piedras preciosas el ídolo de Júpiter y se le ofrecían sacrificios solemnes. La mujer tuvo visiones y a consecuencia de ellas hizo varias profecías, diciendo públicamente a los paganos que no debían rendir honores al ídolo de Júpiter ni hacerle sacrificios, pues vendría un día en que lo verían caer hecho pedazos. Los sacerdotes la hicieron comparecer y le preguntaron cuándo habían de suceder estas cosas. Como no pudo determinar el tiempo, fue encerrada en prisión y maltratada, hasta que Dios le hizo conocer que ello sucedería cuando una Virgen purísima diera a luz un Niño. Cuando dio esta respuesta, se burlaron de ella y la dejaron en libertad, reputándola por loca. Sólo cuando se derrumbó el templo, haciendo pedazos al ídolo, reconocieron que había dicho la verdad, maravillándose de la época fijada y del acontecimiento, aunque no sabían que la Santísima Virgen había sido la Madre, e ignorando el Nacimiento del Salvador.

He visto que los magistrados de Roma se informaron de estos hechos, como de la fuente que había brotado. Uno de ellos fue un tal Léntulo, abuelo de Moisés, sacerdote y mártir y de aquel otro Léntulo, que fue amigo de San Pedro en Roma. Relacionado con el emperador Augusto he visto algo que ahora no recuerdo bien. Vi al emperador con otras personas sobre una colina de Roma, en uno de cuyos lados se encontraba el Templo, cuya techumbre se había derrumbado. Por unas gradas se llegaba hasta la cumbre de la colina donde había una puerta dorada. Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés.

Cuando el emperador bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una aparición en el cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el aire, que parecía salir de Ella. Creo que, el emperador fue el único que vio esta aparición. Para conocer su significado hizo consultar a un oráculo que había enmudecido, el cual en esa ocasión habló de un Niño recién nacido, a quien todos debían adorar y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en el sitio de la colina donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido sacrificios, lo dedicó al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles de este hecho.

He visto en Egipto un hecho que anunció el Nacimiento de Jesucristo. Mucho más allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que pronunciaba habitualmente toda clase de oráculos y que de pronto enmudeció. El Faraón mandó hacer sacrificios en todo el país a fin de saber por qué causa había callado. El ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba silencio y debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en aquel mismo sitio se levantaría un templo en honor de la Virgen. El Faraón hizo levantar un templo allí mismo cerca del que había antes en honor del ídolo. No recuerdo todo lo sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera de ellos.

Al tiempo del Nacimiento de Jesucristo, vi una maravillosa aparición que se presentó a los Reyes Magos en su país. Estos Magos eran observadores de los astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde siempre se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la torre piramidal. El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no estaba allí. Observaban una determinada constelación en la cual veían de cuando en cuando variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento.
Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada a la Virgen. Tenía la rodilla izquierda ligeramente levantada y la pierna derecha más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la Virgen, encima del arco iris, apareció una cepa de vid y a la derecha, un haz de espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como un cáliz semejante al de la Última Cena. Del cáliz vi salir al Niño y por encima de Él, un disco luminoso parecido a una custodia vacía, de la que partían rayos semejantes a espigas. Por eso pensé en el Santísimo Sacramento. Del costado derecho del Niño salió una rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen hizo entrar al cáliz, al Niño y a la Hostia en la Iglesia, cuyo interior pude ver, y que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación de la Santísima Trinidad. La iglesia se transformó luego en una ciudad brillante, que me pareció la Jerusalén celestial.

En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras, mientras yo miraba el interior de la iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, que vivía muy distante, vio la aparición al mismo tiempo que los otros. Los días que precedieron al Nacimiento de Jesús, los veía sobre su observatorio donde tuvieron varias visiones. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de varios días de camino.