jueves, 7 de febrero de 2013

XXXVIII Los viajeros son rechazados en varias casas

Hoy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca y fortalece, en recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían de bronce por el brillo. Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado con agua. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos al sol. La montura de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes sobre los cuales apoyaba los pies: de esa manera no quedaban en el aire, como veo a la gente de nuestro país. Los movimientos de María eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se sentaba alternativamente a derecha e izquierda.

La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar un sitio donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente. Ambos se lavaban con frecuencia los pies. Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad; pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio su respuesta desde el interior.
Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo entraron en un cobertizo cerca del cual habían visto detenerse a la borriquilla. El refugio estaba sobre un terreno llano. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba en todo esto. Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y durmieron algunas horas. Desde la última posada hasta aquí habría unas seis leguas. Se hallaban ahora a unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de Jerusalén. Hasta aquel camino no habían seguido el sendero principal, sino atravesando otros de comunicación que iban del Jordán a Samaria, tocando las grandes rutas que llevan de Siria a Egipto. Los atajos eran muy angostos y en las montañas se hallaban a menudo tan apretados que les era necesario tomar muchas precauciones para poder andar sin tropezar ni caerse. Los asnos avanzaban con paso muy seguro. 
Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir. Me parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en este lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron hospitalidad fueron igualmente rechazados groseramente.

A varias leguas al Nordeste de Betania, María se sintió muy fatigada y deseó descansar y tomar alimento. José se desvió una legua de camino en busca de una higuera grande que solía estar cargada de higos, en torno de la cual había asientos para descansar a su sombra. José conoció el lugar en uno de sus anteriores viajes. Al llegar a la higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció mucho. Recuerdo vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en la ocasión que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo.

Más tarde se acercaron a una casa cuyo dueño trató asperamente a José, que le había pedido humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz de una linterna y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial con los santos viajeros.

Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos. Estas personas no eran pastores sencillos, sino como campesinos ricos, gente ocupada en negocios. Jesús visitó una de estas casas, después de su bautismo. La habitación donde la Sagrada Familia había pasado la noche, la habían convertido en oratorio. No recuerdo si era propiamente la casa aquélla cuyo dueño se burló de José. Recuerdo vagamente que el arreglo lo hicieron después de los milagros que sucedieron al Nacimiento de Jesús.