sábado, 2 de febrero de 2013

XXXIII Regreso de José a Nazaret

Más tarde, con claro de luna, estando la noche estrellada y limpia, se puso en viaje José acompañado de Zacarías. Llevaba un pequeño paquete con panes, un cántaro y un bastón de empuñadura curva. Los dos tenían abrigos de viaje con capuz. Las mujeres los acompañaron corto trecho, volviendo solas en medio de una noche hermosísima. Ambas entraron directamente en la habitación de María, donde había una lámpara encendida, como era habitual cuando ella oraba y se preparaba para el descanso. Las dos se quedaron de pie, una en frente a la otra, y recitaron el Magníficat.

Esta noche he visto a María e Isabel. Lo único que recuerdo es que pasaron toda la noche en oración, aunque no sé la causa de ello. Durante el día he visto a María ocupada en diversos trabajos, como ser trenzado de colchas. Vi a Zacarías y a José, que se hallaban aún en camino: pasaron la noche en un cobertizo. Habían dado grandes rodeos y visitado, me parece, a diversas familias. Creo que les faltaban tres días para el término del viaje. No recuerdo otros detalles.

Ayer vi a José en su casa de Nazaret. Creo que ha ido a ella directamente, sin detenerse en Jerusalén. La criada de Ana se encarga del cuidado doméstico, yendo de una casa a otra. Fuera de ella no hay nadie más en la casa de José, que está completamente solo. También vi a Zacarías de vuelta en su casa.

Vi a María e Isabel recitando el Magníficat y ocupándose de diversos trabajos. Al caer la tarde pasearon por el huerto, donde había una fuente, cosa no común en el país. Por la noche, pasadas las horas de calor, iban a pasear por los alrededores, pues la casa de Zacarías se halla aislada y rodeada de campiñas. Habitualmente se acostaban más o menos a las nueve, levantándose siempre antes de la salida del sol.

He visto un cuadró indescriptible de la Iglesia. Se me apareció la Iglesia en forma de una fruta octogonal muy delicada que nacía de un tallo cuyas raíces tocaban en una fuente ondulante de la tierra. El tallo no era más alto de lo necesario como para poder ver entre la iglesia y la tierra. Delante de la iglesia había una puerta, sobre la fuente misma, la cual ondeaba arrojando de sí algo blanco como arena hacia ambos lados, y en derredor todo reverdecía y fructificaba. En la parte delantera de la Iglesia no se veía raíz alguna de las que iban a la tierra. Dentro de la iglesia y en medio de ella había, a semejanza de la cápsula de la semilla de la manzana, un recipiente formado de filamentos blancos, muy tiernos, en cuyos intersticios veíanse como las semillas de una manzana.

En el piso interno de la iglesia había una abertura por la cual se podía mirar la fuente ondeante de abajo. Mientras miraba esto vi que caían algunos granos resecos y marchitos en la fuente. Esa especie de flor se iba transformando cada vez más en una iglesia y la cápsula del medio se iba convirtiendo en un artístico armazón parecido a un hermoso ramo.

Dentro de este artificio he visto a la Santísima Virgen y a Santa Isabel, que parecían a su vez como dos santuarios o Sancta Sanctorum. Vi que ambas se saludaban volviéndose una hacia la otra. En ese momento aparecían dos rostros de ellas: Jesús y Juan. A Juan lo he visto encorvado dentro del seno materno. A Jesús lo vi como lo suelo ver en el Santísimo Sacramento: a semejanza de un pequeño Niño luminoso que iba hacia donde estaba Juan. Estaba de pie, como flotando y llegándose a Juan le quitaba como una neblina. El pequeño Juan estaba ahora con el rostro echado sobre el suelo. La neblina caía al pozo por la mencionada abertura y era absorbida y desaparecía en la fuente que estaba debajo. Luego Jesús levantó al pequeño Juan en el aire, y lo abrazó. Después de esto he visto volver a ambos al seno materno, mientras María e Isabel cantaban el Magníficat.

Bajo este cántico he visto a ambos lados de la Iglesia a José y a Zacarías adelantarse, y detrás de ellos otros muchos hasta llenarse la iglesia, que concluyó en una gran festividad realizada adentro. En derredor de la iglesia crecía una viña con tanta pujanza que fue necesario podarla por varias partes. La iglesia asentóse, por fin, en el suelo; apareció un altar en ella y en la abertura que daba al pozo se formó un baptisterio. Muchísima gente entraba por la puerta a la iglesia. Todas estas transformaciones se produjeron lentamente, como brotando y creciendo. Me es difícil explicar todo esto tal como lo he visto. Más tarde, en la fiesta de San Juan, tuve otra visión. La iglesia octogonal era ahora transparente como cristal o, mejor dicho, como si fueran rayos de agua cristalina. En medio de ella había una fuente de agua, bajo una torrecita, donde vi a Juan bautizando. De pronto se cambió el cuadro y de la fuente del medio brotó un tallo como una flor. En derredor había ocho columnas con una corona piramidal sobre la cual estaban los antepasados de Ana, de Isabel y de Joaquín, con María y José y los antepasados de Zacarías y de José algo apartados de la rama principal. Juan estaba arriba en una rama del medio. Pareció que salía una voz de él, y he visto entonces a muchos pueblos, a reyes y príncipes entrar en la iglesia y a un obispo que distribuía el Santísimo Sacramento. Oí a Juan que hablaba de la gran dicha de la gente que había entrado en la iglesia.