viernes, 5 de abril de 2013

XXXIX Jesús colocado en el sepulcro

Los hombres pusieron el Sagrado Cuerpo sobre unas parihuelas de cuero, tapadas con un cobertor oscuro. Eso me recordaba el Arca de la Alianza. Nicodemus y José llevaban sobre sus hombros los palos de delante y Abenadar y Juan los de atrás. En seguida venían la Virgen, María de Helí, Magdalena y María la de Cleofás, después las mujeres que habían estado al pie de la Cruz sentadas a cierta distancia: Verónica, Juana Chusa, María madre de Marcos, Salomé mujer de Zebedeo, María Salomé, Salomé de Jerusalén, Susana y Ana sobrina de San José; Casio y los soldados cerraban la marcha. Las otras mujeres habían quedado en Betania con Lázaro y Marta. Dos soldados con antorchas iban delante para alumbrar la gruta del sepulcro. Anduvieron así cerca de siete minutos, cantando salmos con voces dulces y melancólicas. Vi sobre una altura del otro lado del valle a Santiago el mayor, hermano de Juan, que los vio pasar y se fue a contar a los demás discípulos lo que había visto. Se detuvieron a la entrada del jardín de José, que abrieron arrancando algunos palos, que sirvieron después de palancas para llevar a la gruta la piedra que debía tapar el sepulcro.

Cuando llegaron a la peña, trasladaron el Santo Cuerpo a una tabla cubierta con una sábana. La gruta que había sido excavada recientemente, había sido barrida por los esbirros de Nicodemus; se veía limpio en el interior y agradable a la vista. Las santas mujeres se sentaron en frente de la entrada. Los cuatro hombres introdujeron el Cuerpo del Señor, llenaron de aromas una parte del sepulcro, extendieron una sábana sobre la cual pusieron el Cuerpo. Le testimoniaron una última vez su amor con sus lágrimas y salieron de la gruta. Entonces entró la Virgen, se sentó al lado de la cabeza y se echó llorando sobre el Cuerpo de su Hijo. Cuando salió de la gruta, Magdalena entró precipitadamente; había cogido en el jardín flores y ramos que echó sobre Jesús; cruzó las manos y besó, llorando, los pies sagrados de Jesús; pero habiéndole dicho los hombres que debían cerrar el sepulcro, se volvió con las otras mujeres.

Doblaron las puntas de la sábana sobre el pecho de Jesús y pusieron encima de todo una tela oscura y salieron. La piedra gruesa destinada a cerrar el sepulcro que estaba aun lado de la gruta era muy pesada y solo con las palancas pudieron hacerla rodar hasta la entrada del sepulcro. La entrada de la gruta dentro de la que estaba el sepulcro era de ramas entretejidas. Todo lo que se hizo dentro de la gruta, tuvo que hacerse con antorchas porque la luz del día nunca penetraba en ella.
LX Los judíos ponen guardia en el sepulcro
Todos volvieron a la ciudad; José y Nicodemus encontraron en Jerusalén a Pedro, a Santiago el Mayor y a Santiago el Menor. Vi después a la Virgen Santísima y a sus compañeras entrar en el Cenáculo; Abenadar fue también introducido y poco a poco la mayor parte de los Apóstoles y de los discípulos se reunieron en él. Tomaron algún alimento y pasaron todavía unos momentos reunidos llorando y contando lo que habían visto. Los hombres cambiaron de vestido y los vi después, debajo de una lámpara, orar. 

En la noche del viernes al sábado vi a Caifás y a los principales judíos consultarse respecto de las medidas que debían adoptarse, vistos los prodigios que habían sucedido y la disposición del pueblo. Al salir de esta deliberación, fueron por la noche a casa de Pilatos y le dijeron que como ese "seductor" había asegurado que resucitaría el tercer día, era menester guardar el sepulcro tres días; porque si no, sus discípulos podían llevarse su Cuerpo y esparcir la voz de su Resurrección. Pilatos, no queriendo mezclarse en ese negocio, les dijo: "Tenéis una guardia: mandad que guarde el sepulcro como queráis". Sin embargo, les dio a Casio, que debía observarlo todo, para hacer una relación exacta de lo que viera.

Vi salir de la ciudad a unos doce, antes de levantarse el sol; los soldados que los acompañaban no estaban vestidos a la romana, eran soldados del templo. Llevaban faroles puestos en palos para alumbrarse en la oscura gruta donde se encontraba el sepulcro. Así que llegaron, se aseguraron de la presencia del cuerpo de Jesús; después ataron una cuerda atravesada delante de la puerta del sepulcro y otra segunda sobre la piedra gruesa que estaba delante y lo sellaron todo con un sello semicircular.

Los fariseos volvieron a Jerusalén y los guardas se pusieron enfrente de la puerta exterior. Casio no se movió de su puesto. Había recibido grandes gracias interiores y la inteligencia de muchos misterios. No acostumbrado a ese estado sobrenatural, estuvo todo el tiempo como fuera de sí, sin ver los objetos exteriores. Se transformó en un nuevo hombre y pasó todo el día haciendo penitencia y oración.