viernes, 29 de marzo de 2013

XXIV Las hijas de Jerusalén llorosas - Cuarta y quinta caídas

La escolta estaba todavía a cierta distancia de la puerta, situada en la dirección del sudoeste. Para llegar a ella hay que pasar bajo una bóveda, por encima de un puente y luego por debajo de otra bóveda. A la izquierda de la puerta, la muralla de la ciudad se dirige hacia el sur y rodea el monte Sión. Al acercarse a la puerta los alguaciles empujaron brutalmente a Jesús en medio de un lodazal. Simón Cirineo quiso evitar el lodazal y, ladeado la Cruz, Jesús cayó por cuarta vez, ahora en el lodo. Entonces, en medio de sus lamentos, dijo con voz inteligible: "¡Ah Jerusalén, cuánto te he amado! ¡He querido juntar a tus hijos como la gallina cobija a sus polluelos bajo sus alas y tú me echas tan cruelmente fuera de tus puertas!". Al oír estas palabras, los fariseos le insultaron de nuevo y pegándole lo arrastraron para sacarlo del lodo. Simón Cirineo se indignó tanto de ver esta crueldad, que exclamó: "¡Si no cesáis en vuestros ultrajes, suelto la Cruz, aunque me matéis también a mí!".

Al salir de la puerta se ve un camino estrecho y pedregoso, que se dirige al Monte Calvario. El camino principal del cual se parta aquel, se divide en tres a cierta distancia: el uno tuerce a la izquierda y conduce a Belén por el valle de Sión; el otro se dirige al occidente y llega has Emaús y Jope; el tercero rodea el Calvario y finaliza en la puerta del Ángulo, que conduce a Betsur. Desde esta puerta por donde salió Jesús, se puede ver la de Belén. Habían puesto en el lugar por donde comienza el camino al Calvario, una tabla anunciando la muerte de Jesús y los dos ladrones. Cerca de este punto había una multitud de mujeres que lloraban y gemían. Eran vírgenes y pobres mujeres de Jerusalén con sus niños en brazos, que habían ido delante de la procesión; otras habían venido para la Pascua, desde Belén, de Hebrón y de otros lugares circunvecinos.

Jesús desfalleció; Simón se acercó a Él y le sostuvo, impidiendo así que se cayera del todo al suelo. Esta es la quinta caída de Jesús bajo la Cruz. A vista de su cara tan desfigurada y tan llena de heridas, las mujeres comenzaron a llorar y dar lamentos y, según la costumbre de los judíos, le presentaron sus lienzos para que se limpiase el rostro. El Salvador se volvió hacia ellas y les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, pues vendrá un tiempo en que se dirá: "¡Felices las estériles y las entrañas que no han engendrado y los pechos que no han dado de mamar". Entonces empezarán a decir a los montes: "¡Caed sobre nosotros!" y a las alturas: "¡Cubridnos, pues! Si así se trata al leño verde, ¿qué se hará con el seco?". Después les dirigió unas palabras de consuelo que he olvidado. En este sitio se detuvieron durante unos momentos. Los que llevaban los instrumentos de suplicio se fueron al monte Calvario, seguidos de cien soldados romanos de la escolta de Pilato, quien les seguía de lejos, pero al llegar a la puerta, se volvió al interior de la ciudad. 
XXV Jesús sobre el Gólgota - Sexta y séptima caídas
Se pusieron en marcha. Jesús, doblado bajo su carga y bajo los golpes de los verdugos, subió con mucho trabajo el rudo camino que se dirigía al norte, entre las murallas de la ciudad y el monte Calvario. En el sitio en donde el camino tuerce al mediodía se cayó por sexta vez y esta caída fue muy dolorosa. Los golpes y empujones que aquí le dieron fueron los más brutales, llegando a su colmo. El Salvador llegó a la roca del Calvario, donde cayó por séptima vez. Simón Cirineo, maltratado también y agobiado por el cansancio, estaba lleno de indignación y piedad; pese a la fatiga hubiera querido seguir aliviando todavía a Jesús, pero los alguaciles lo echaron, llenándole de injurias. Se reunió poco tiempo después a los discípulos. Echaron también a toda la gente que había venido por curiosidad.

Los fariseos a caballo habían seguido caminos cómodos, situados al lado occidental del Calvario; desde esa altura se puede ver por encima de los muros de la ciudad. El llano que hay en la elevación, el sitio del suplicio, es de forma circular y está rodeado de un terraplén cortado por cinco caminos; este es al parecer un número usual en muchos sitios del país, en los cuales se baña, se bautiza, en la piscina de Betseda: muchos pueblos tienen también cinco puertas. Hay en esto, como en todo lo de la Tierra Santa, una profunda significación profética, a causa de la abertura de los cinco medios de salvación en las cinco llagas del Salvador.

Los fariseos a caballo se pararon delante de la llanura al lado occidental de la montaña, donde la cuesta es suave; el lado por donde conducen a los condenados, es áspero y arduo. Cien soldados romanos se hallaban alrededor del llano dispersos acá y allá. Algunos estaban con los dos ladrones, que no habían sido conducidos al llano, para dejar el lugar libre; pero a quienes habían dejado recostar en el suelo un poco más abajo, dejándoles los brazos atados a los traveseros de las cruces. Los soldados los vigilaban mientras mucha gente, la mayor parte de baja clase, extranjeros, esclavos, paganos, muchas mujeres y todos los que no temían contaminarse, rodeaban el llano o las elevaciones próximas. 

Eran las doce menos cuarto cuando Nuestro Señor llevando su Cruz sufrió la última caída llegó al lugar donde iba a ser crucificado y echaron a Simón. Los bárbaros tiraron de Jesús para levantarlo; desataron los diversos trozos de la Cruz y los depositaron en el suelo. ¡Qué doloroso espectáculo representaba el Salvador allí de pie, en el sitio de su suplicio, tan triste, tan pálido, tan destrozado, tan ensangrentado! Los alguaciles lo tiraron al suelo para medirlo y burlándose e insultando a Jesús, le decían: "Rey de los judíos, deja que vamos a componer tu trono". Pero Él mismo se acostó sobre la Cruz y lo extendieron para tomar la medida para los soportes de sus pies y sus manos; en seguida lo condujeron setenta pasos al norte, a una especie de hoyo abierto en la roca, que parecía un silo: lo empujaron tan brutalmente, que se hubiera roto las rodillas contra la piedra, si los ángeles no lo hubiesen socorrido. Le oí gemir de dolor, de un modo que partía el corazón. Cerraron la entrada y dejaron centinelas fuera, mientras los esclavos continuaban los preparativos para la crucifixión.

En medio del llano circular estaba el punto más elevado de la roca del Calvario; era un montículo redondeado, de dos pies de altura, al cual se subía por unos escalones. Los esclavos abrieron en ella tres hoyos, adonde debían plantarse las tres cruces, y pusieron a derecha e izquierda las cruces de los dos ladrones, excepto las piezas transversales, a las cuales ellos tenían las manos atadas, y que fueron fijadas después sobre la pieza principal. Situaron la Cruz de Jesús en el lugar donde debían situarla, de modo que después pudieran levantarla sin dificultad para dejarla caer dentro del agujero. Clavaron los dos brazos y el pedazo de madera para sostener los pies. Horadaron la madera para meter los clavos y colgar la inscripción. Hicieron incisiones para la cabeza y la espalda de Nuestro Señor, a fin de que todo su Cuerpo fuese sostenido por la Cruz y no colgado, y que todo el peso no dependiera de las manos, ya que entonces podrían abrirse y llegar la muerte más rápido de lo deseado. Clavaron estacas en la tierra y fijaron en ellas un madero que debía servir de apoyo a las cuerdas para levantar la Cruz, e hicieron, en fin, otros preparativos similares. 
XXVI María y las santas mujeres van al Calvario 

La afligida Madre, fue recogida sin conocimiento por Juan y las Santas mujeres después de su doloroso encuentro con Jesús portando la Cruz; habíase retirado a casa de Lázaro, cerca de la puerta del Ángulo donde estaban reunidas Marta, Magdalena y otras santas mujeres; diecisiete de ellas abandonaron la casa para seguir a Jesús en el camino de la Pasión, es decir, para seguir cada paso que Él hubiera dado en su penoso avance. Las vi cubiertas con sus velos ir a la plaza sin hacer caso de las injurias del pueblo, besar el suelo en donde Jesús había cargado con la Cruz y así seguir adelante por todo el camino que Él había seguido. María buscaba los vestigios de sus pasos e interiormente iluminada mostraba a sus compañeras los sitios consagrados por alguna circunstancia dolorosa de Jesús. De este modo la devoción más tierna de la Iglesia fue escrita por la primera vez en el corazón maternal de María con la espada que predijo el viejo Simeón; pasó de su sagrada boca a sus compañeras y de éstas hasta nosotros. Así la Santa Tradición de la Iglesia se perpetúa del corazón de la Madre al corazón de los hijos. 

Estas santas mujeres entraron en casa de Verónica, porque Pilatos volvía por la misma calle con su escolta y no querían tropezarse con ellos; examinaron llorando la cara de Jesús estampada en el sudario y admiraron la gracia que había hecho a esta fiel sierva. Cogieron la jarrita de vino aromatizado que no habían dejado beber a Jesús y se dirigieron todas juntas hacia el Gólgota. Su número se iba incrementando con muchas otras personas de buena voluntad, entre ellas cierto número de hombres. Subieron al Calvario por el lado occidental, por donde la subida es más cómoda. La Madre de Jesús, su sobrina María, hija de Cleofás, Salomé y Juan, se acercaron hasta el llano circular; Marta, María de Helí, Verónica, Juana Chusa, Susana y María, madre de Marcos, se detuvieron a cierta distancia con Magdalena, que estaba transida de dolor, como fuera de sí. Más abajo de la montaña había un tercer grupo de otras siete santas mujeres y unas pocas personas compasivas que llevaban mensajes de un grupo al otro. Los fariseos a caballo iban y venían por los alrededores de la llanura y en los cinco accesos había soldados romanos.

¡Qué espectáculo para María el ver este sitio del suplicio, los clavos, los martillos, las cuerdas, la terrible Cruz, los verdugos medio desnudos y casi borrachos empeñados en hacer los preparativos para la crucifixión con mil imprecaciones! La ausencia de Jesús prolongaba y aumentaba su martirio: sabía que estaba todavía vivo, deseaba verlo y temblaba al pensar en los tormentos a que lo vería expuesto.

Desde las diez de la mañana, hora en que la sentencia fue pronunciada, hubo granizo por intervalos, después el cielo se serenó; mas a partir de las doce una niebla rojiza oscureció el sol.